Como hipster profesional que soy, me lancé al Corona Capital Week en la Condesa. Evidentemente, no podía llegar más que en bicicleta, so pena de pasar por el provincianito que soy.
El trayecto fue mu hermoso, mu bonico toho. Han puesto por todo el camellón de la avenida Álvaro Obregón fotitos de los actos más bellos de ediciones anteriores, obvi, tomadas por asistentes al festival, para hacerlo más orgánico. Sí, esos culeros que no dejan ver. A él, de los Drums, sí que lo vi (no es charolazo, se estaba quemando porque lo pusieron en el escenario ese en donde a los artistas les da todo el sol a las 4 de la tarde):
Por supuesto, había puercos:
Esos que no falten, porque, además, son de la especie amistosa:
Evidentemente, que estos modernillos no se andan con medias tintas, me han pedido que siga al animal en Twitter (@lachatapig). De ahí me fui al concierto en el Parque Lindbergh.
Precioso que estuvo, eh. Buena música, amigos y mariguana (encuentre las tres mentiras de esta frase y póngalas en la sección de comentarios para ganar un premio). Entre globeros me abrí paso para presenciar a una banda desconocida para mí. Todos cantaban todas las canciones y el guitarrista se parecía a Beck.
Al terminar el concierto, fui a pensar en cómo la música tiene este poder de reunirnos; en que a pesar de que el Corona 14 fue la experiencia física más demacradora de mi vida después del servicio militar, ahí nos damos cita, año con año, para compartir a ratos, para pensar en soledad a veces, para caminar siempre. Ya quiero que sea mañana y respirar de nuevo el aire del camino de la entrada, a las dos de la tarde.
(El peor Corona Capital Week de la historia para los patitos.)