De los pensamientos de una mala escritora.
15/10/16
“Quería besarla pero le daba miedo ser descubierta”.
A mi confidente:
Tiempo sin escribirte. Sé que últimamente he estado distante y éstas últimas semanas sin vernos nos han desconectado, pero tú no estás aquí y yo no estoy ahí. Como sabes, siempre me ha sido más fácil expresarme por escrito. Así que eso estoy haciendo. Tal vez parezca uno de esos dramas adolescentes que todo el mundo tiene, y puede que lo sea. Sin embargo, tengo el apuro de contártelo, ya que desde que nos conocimos he sentido la necesidad de contarte todo lo que me sucede, justo como tú has tenido la necesidad de contarme todo lo que te sucede. Es parte de esa recíproca relación que hemos formado.
Como te decía, éstas últimas semanas que no hemos hablado han sido deprimentes. Comenzando por el hecho de que ella me dijo que yo “no tengo” corazón. ¿Y cómo superar eso? Verás, desde que la conocí por primera vez en aquel pasillo no he podido olvidarla. No sé qué fue lo que me llamó la atención de ella en ese primer instante, y creo que nunca lo sabré. Pero lo que sí sé es que robó mi corazón. A tal grado, que si me lo hubiera confesado en el momento, habría dado todo por ella.
Primero se volvió mi persona favorita, ¿lo recuerdas? Esos días en los que no te dejaba de hablar de ella. Hasta que después, no sé si fue porque tú y otras personas me hicieron admitir que la quería, o si fue porque verdaderamente me di cuenta de que sus mensajes ponían una sonrisa en mi rostro, pero terminé por aceptarlo. La quería. Tiempo después, me di cuenta de que no solo la quería, sino que la amaba.
Al poco tiempo de percatarme de esto, le dije “me gustan las chicas. Tal como a los chicos les gustan, no hay nada nuevo en eso”. Y ahí fue cuando las cosas se complicaron. Me felicitó por haber sido honesta y transparente con ella. Por un momento pensé que no era de esas personas que cambian cuando les dices la verdad. Le conté de los amores que había tenido, tanto imaginarios como pasajeros y ella escuchaba atentamente todas mis palabras.
Después, como cualquier persona que quiere mostrarle a otra lo que le gusta y así compartir las mismas experiencias con ella, le presenté a mi “mejor amiga”. Paulantinamente se hicieron buenas amigas. De hecho, excelentes amigas. Poco a poco me fueron dejando a un lado, cosa que me hizo sentir triste y decepcionada, pues no lo veía venir. Comenzaron a tener sus propios “chistes locales” y sus planes que claramente no me incluían. No quiero decir sus nombres por no faltarles al respeto, así como ellas me faltaron al respeto todas esas veces.
Ella tenía ataques de ansiedad. No entraré mucho en detalles, pero una vez faltó a la escuela y tuve que hacerle unos favores. Nada grandes, en serio. Pero los hice con la ilusión de poder ser alguien importante en su vida. Cosa que no logré. Pasaron los días y mi amiga y ella siguieron como si nada, hasta que no lo toleré más y me fui. Lo que me sorprendió fue que la primera que me preguntó si estaba bien o que qué me pasaba fue mi amiga y no ella.
Cuando por fin me lo preguntó, comenzamos a discutir acerca de cosas sin relevancia. En realidad, lo que fuera que pudiera herir a la otra lo sacábamos hasta que no pude fingir más. Ahí fue cuando todo comenzó a desplomarse. Por alguna razón, no sé si por el hecho de que no supe qué más decirle o si simplemente ya no aguantaba más el guardármelo. Le dije todo lo que sentía por ella. Le pregunté si no le resultaba obvio todo lo que me esforzaba por hacerla feliz y ella me dijo que lo sabía, pero no que lo había querido aceptar. Después me juró que todo seguiría igual entre nosotras y que nada cambiaría. Pero las personas mienten y las cosas cambian.
Al día siguiente, fue su cumpleaños. Dejé su regalo en un lugar donde pudiera verlo y que supiera que yo se lo lo puse ahí. Creo que lo supo, aunque tuvo que pasar un mes para que volviéramos a hablar. Increíblemente, ella comenzó la conversación. Me pidió disculpas sin motivo alguno y yo, incrédulamente la perdoné. ¿Y cómo no hacerlo? Seguía enamorada de ella. Obviamente, las cosas no siguieron iguales y comenzamos a pelear por cualquier cosa. Nuestras platicas eran intermitentes e incómodas y podía sentirse la tensión en estas aunque ya hubiéramos “arreglado” las cosas.
Luego fue la fiesta de una de mis mejores amigas. Volví a darme cuenta de que por más que me decía a mí misma que sí, aún no la había superado. Lo supe cuando no pude resistirme a su infatuación y a las cosas que me decía para seguir llamando mi atención. Pero cuando intentó convencerme de que había cambiado su perspectiva y sus gustos, supe que todo era mentira. Porque ¿a quién no le gusta sentirse querido por alguien más? Mejor aún. Ser querido por alguien y no tener que corresponderle para seguir siendo deseado por esa persona. Es como tener en la palma de tu mano toda la atención que los demás no te dan. Obviamente, me enojé.
Me enojé aún más cuando comenzó con rumores falsos y a decirle “mi verdad” a gente con la que nunca había hablado y más porque yo no estaba lista aún para decirle a todos lo que sentía. Convertí toda esa rabia y furia que sentí, en odio hacia ella y lo usé para intentar superarla. Poco a poco, lo hice. O al menos, eso pensé.
Al cabo de unos días, hizo la fiesta por su respectivo cumpleaños y para mi sorpresa, me llegó la “cordial invitación”. Obvia y estúpidamente, asistí. Llegamos al punto en que su familia me reclamó porque desde que había entablado su relación conmigo, ella había “cambiado” y querían que me alejara de ella. Lo sé. Inmaduro e incoherente. ¿Con qué agallas se atreven a hablarme de ser diferente cuando ella fue la que me cambio? Lógicamente, me marché en ese momento.
Pasando la fiesta, me confesó que sentía lo mismo por mí. Me dijo que en realidad era bisexual. Que yo le gustaba, que me quería, ese tipo de cosas que la gente sabe que quieres escuchar. Pero yo ya no volvería a pasar por eso. Le dije que estábamos mejor como “solo amigas”. Nuestras conversaciones seguían intermitentes y cuando salía el tema de que a mí me gustaba alguien más, ella se molestaba.
Hace tiempo que se fue a otro lugar y quedamos en volver a vernos algún día. No nos hemos visto. Y a pesar de que ya han pasado meses desde nuestra segunda pelea, ella sigue diciéndole a todos lo que sentía por ella. Pobre chica con problemas de atención. Te mentiría al decirte que no siento tentación de contestarle. Pero también te mentiría al no decirte que ella es la que me busca a mí. Nunca los he contestado.
El martes me llamó borracha. No le di tiempo de decirme gran cosa cuando le contesté diciéndole que me encontraba ocupada. Claro, porque la mayoría de las personas están ocupadas los martes a las tres de la mañana. No hemos vuelto a hablar. Y cuando recuerdo los momentos que vivimos y pienso que ya los superé, la cólera vuelve a mí al ponerme a pensar a pensar ¿cómo fue que dejé que llegara a afectarme tanto? ¿en qué momento dejé que me tratara como si yo no fuera nadie? Porque a fin de cuentas la superé, pero no la olvidé.
Estas últimas semanas han sido deprimentes. Tal vez por el hecho de que no estuviste aquí cuando necesitaba de tu consuelo, o porque simplemente aún no logro entender cómo me logró gustar su toxicidad. Cómo pude enamorarme de una flor con más espinas que pétalos. Pero como tú me has dicho y como me gusta creer, “algún día llegará alguien, que al yo escuchar sus llaves en la puerta de la entrada, haga latir a mi corazón como la primera vez que la vi”.
Alguien que sepa apreciarme por quien soy y no por quien le gustaría que fuera. Alguien a quien le pueda contar mis más íntimos secretos y que no cambie. Alguien con quien pueda discutir y me siga amando, con quien las conversaciones sean fluidas y no intermitentes. Alguien que me incluya a su vida en lugar de excluirme y alguien que intente hacer todo y mucho más de lo que puede por verme feliz.
Con cariño,
—MGR.
Quiero agradacer de antemano a MGR por darme la inspiración y dejarme recrear y escribir acerca de su vida y de uno de los capítulos que más le marcaron. Porque sé que no es fácil compartir con extraños temas que usualmente nos afectan y ella me dio la oportunidad de hacerlo. Espero que puedas seguir llamándome tu confidente cada que me necesites, y sabes que yo te llamaré igual. Siempre agradecida por todo lo que has hecho por mí y por todos esos momentos de alegría y tristeza que hemos compartido la una con la otra. —EMNG.