De los pensamientos de una mala escritora.

01/1/17

Otro año pasó y como cada año me encuentro haciendo resolución tras resolución. Al igual que cualquier otra persona cliché con altas esperanzas. Si bien, este escrito lo redactaré de una forma más informal y más personal que todos los demás productos que mi cabeza ha elaborado. ¿Por qué? Bien, ¿por qué no? Simplemente porque quiero y porque cuando comencé a escribir para esta página me dijeron que podía escribir sobre lo que se me diera la gana (con otras palabras, por supuesto).

No, no estoy aquí para decirte que dejes de ser un bueno/a para nada y que mejor te pongas a cumplir tus propósitos. Más allá de recordarte las tres semanas que le vas a echar a la dieta y al gym y muchísimo más allá del mes que vas a pasar pensando en una cerveza bien fría o en aquella cuba que te tomaste en Navidad— porque comprobado está que, por más inspiración que saques de un deportista, de un buen artículo de salud o de un choro de tu familia, si no estás convencido TÚ, no vas a lograr pasar de un enero malvivido— espero que esto te sirva para alivianarte, convencerte o entretenerte mientras estás en el baño, sentado, esperando a que sea tu turno en el banco, o sea lo que sea que estés haciendo. Si cumplo con alguna de estas cosas para cuando termines de leer,  podría decirse que mi propósito fue efectuado.

Llevo ya un mes diciéndome “Agarra tu hermosa computadora y ponte a escribir algo, lo que sea. Es de las pocas cosas que te salen decentemente bien y que te gustan” pero el problema aquí es que desde hace un mes, sí… no he tenido tiempo. La escuela me trae mareadísima y atiborrada en cuanto a exámenes que son peores que las crudas domingueras. Puede que esté exagerando—soy dramática de nacimiento— pero les mentiría si digo que solo me pasa a mí, cuando no es así. Tanto compañeros como maestros inundan las aulas con estrés y malhumor. Bueno, con el simple hecho de decirles que estudié 15 horas para un examen del cual salí llorando… pero eso no importa.

El chiste es que sí. Sí estuve estudiando por dos semanas, levantándome a las 5 para ir al Starbucks antes del examen y estudiar más, y durmiéndome a las 12 para, adivina… Sí, seguir estudiando. No significa que no tuve tiempo libre para irme a desayunar con mis amigos después del examen, o que no tuve los viernes libres para salir o ver Netflix todo el día. En fin, terminaron las clases. ¿Y luego? Descansar. Porque estuve tan agotada en ésas dos semanas que no pienso en otra cosa más que dormir. Luego de dormir 15 horas seguidas, pues, ¡vaya! era mi primer día de vacaciones, no lo iba a desperdiciar haciendo algo que sí debía de hacer en lugar de salir con mis amigos.

Y así pasó una semana. Hasta que llegó el 24 de diciembre. Es día festivo, no puedo hacer nada… más que festejar, claro. Ah, e ignorar esa continua y plúmbea voz en mi cabeza que me decía “Escribe. Escribe. Escribe. Escribe”. Por unos momentos me dije, “No escuches eso, no llevas mucho de vacaciones, estás creativamente exhausta, y se entiende”. ¿Creativamente exhausta? ¿Eso se come? Ni que trabajara como pintora o cantautora. Simplemente estaba procrastinando—uno de mis más grandes talentos, por cierto— lo que debía hacer tarde o temprano. Pero claro, luego internaron a mi mamá en el hospital. Nada grave, en serio salió al día siguiente y ya está bien. Pero yo fui la que pasó una noche en aquél incómodo y rígido sofá. Con enfermeras entrando a cada hora de la madrugada. Y como está inhabilitada, he sido yo la que la ha estado llevando y trayendo a donde lo desea. “Estoy cansada”, me seguía repitiendo.

Pasó una semana más. Hasta que me pregunté ¿verdaderamente estás cansada? ¿de qué? ¿De las fatigas del reposo? Ya veo. Vamos, que has logrado tener días ocupados y aún así le has hecho espacio a pendientes que bien podían esperar. ¿Por qué, ahora que no tienes nada que hacer, no haces lo que te corresponde? Y así comenzó el debate conmigo misma sobre cómo había tenido una “ajetreada” semana. Excusas, pretextos, todas ésas coartadas que te dices a ti mismo para evitar ver las cosas como son.

Porque, siendo sincera, esta “tarea”, esta oportunidad de poder comunicar mis ideas a una audiencia mucho más grande de lo que esperaba no se da todos los días. Y no te lo ofrecen tan fácil como me la ofrecieron a mí. Claro, debes mejorar y superarte para poder tener este privilegio, pero no me costó tanto como a otros les ha costado. Porque cuando me “adjunté” a este proyecto yo juraba que si 10 personas leían lo que escribía sería sensacional. Sería lo mejor que me hubiera pasado. Incluso me prometí a mi misma que sería un proyecto que no empezaría y abandonaría al mes, como la mayor parte de las cosas que hago.

Nunca pensé que con mi primer escrito malo de adolescente hubiera la posibilidad de que 160 personas lograran leerlo. Mucho menos, que les  gustara. Porque con que a una persona le guste lo que haces, y si también tú estás enamorado de eso, entonces no estás desperdiciando tu tiempo y no hay nada mejor a lo que puedas dedicarte. Hay quienes no tienen ese tipo de oportunidad. Pero si tú, como yo, la tienes, hazlo. Haz todo lo que esté en tu poder para seguir creando y produciendo aquello que te hace ser quien eres. Porque a fin de cuentas, no todos tienen las mismas habilidades que tú. Y eso es lo que hace que nuestro mundo esté lleno de riquezas y diversidades.

Déjate ya de los pretextos. Pruébate a ti mismo que sí puedes dejar la monotonía de decir cada año “Esta vez sí voy a ir tres veces a la semana al gym”. O “Esta vez sí voy a dejar de tomar”. O “Esta vez ya no faltaré ni un día al trabajo si no es extremadamente necesario”. Igual, no te pongas propósitos que sabes que en dos semanas vas a desechar. Puedes cambiar tus 100 abdominales diarias por 20. Puedes cambiar tu abstinencia a una cajetilla diaria de cigarros por solo fumarte uno. No tiene que ser necesariamente de golpe, pero el chiste es que sí lo hagas.

Sabes que puedes cumplirlo, pero también tienes que quererlo. Si no lo quieres tú, para ti, nadie más lo va a querer. Porque sé, y sabes que eres mucho más que solo palabras al vacío. Mucho más que una dieta, una cerveza o una fiesta de mala muerte. Ponte las pilas. Tienes otra oportunidad para demostrarte que sí puedes.

Por más cliché que haya sonado y que pueda sonar, feliz año nuevo.

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