De los pensamientos de una mala escritora.

11/01/17

Ayer por la tarde, recibí una de las muchas llamadas cálidas de mi hermano. Recientemente—una semana con dos días para ser exacta— se fue a vivir fuera de la ciudad y estaba poniéndose en contacto en una de esas cortas pláticas que—cuando logras tener suficiente confianza y cercanía con alguien— no duran más de cinco minutos, tiempo estimado para ponerse al corriente de cómo va todo después de varios días sin verse.

En algún minuto de nuestra conversación, me mencionó algo sobre un concurso en el que va a participar,—y con suerte, ganar—. Se trata de escribir acerca de la libertad. No me contó muy bien las bases de dicho concurso, pero no fue necesario. Esa corta plática me bastó para saber de qué podría escribirles esta semana.

  • Libertad: (del latín: libertas, -ātis) hace referencia a la situación, circunstancias o condiciones de alguien que no es esclavo, ni sujeto, ni impuesto al deseo de forma coercitiva. Alguien que decide si quiere hacer algo o no.
  • Diccionario de la Real Academia Española

 

Se dice que vivimos en una sociedad libre, pero, ¿verdaderamente es así? Según Marx la sociedad hace al individuo. Una sociedad que vive en una recíproca cadena que no deja de repetirse como bien podemos observar en su escala de clases sociales: comunismo primitivo (división de trabajos), esclavitud (amo—esclavo), feudalismo (noble—vasallos), capitalismo (burgués—proletariado) y el actual comunismo moderno (¿?).

 

Y aunque Marx vivió hace 199 años, parece ser que las cosas siguen igual, aunque con otros nombres o una brutalidad “disimulada”. Si coloqué un signo de interrogación en nuestro actual comunismo moderno, es porque somos una mezcla de las clases sociales que existían hace millones de años, el problema no se ha erradicado por el simple hecho de que hayamos dejado de traficar esclavos, sino por el hecho de que ahora traficamos a mujeres en la bien conocida “trata de blancas”. Ya no se les llama “nobles” o “vasallos” ahora o son ricos  o son pobres.

Y no intento generalizar diciendo que—como buena persona prejuiciosa— los ricos son malos y los pobres son buenos. Siempre ha sido la misma historia. Había burgueses buenos y proletariados malos. Simplemente que no hemos logrado romper con ese estereotipo por completo. Lo hemos desquebrajado sí, pero no lo hemos roto.

No podemos ser libres hasta que rompamos con todo lo que ya haya existido, con que acabemos con aquello que fuimos pero que nunca quisimos ser. Porque si bien la sociedad es la que modifica al individuo, no se están contemplando aquellos individuos que han  logrado modificar a la sociedad. Es cierto que la mayor parte del tiempo nos convertimos en nuestro entorno, desde el idioma que usamos todos los días hasta cómo vestimos y qué comemos.

Sin embargo, se ha visto en la historia— en la historia de cualquier país— cómo una persona es capaz de reestructurar el sistema que estaba impuesto desde miles de años atrás. Un claro ejemplo es Cristóbal Colón, quien refutó todas las teorías de que la tierra era cuadrada. Se enfocó tanto en demostrarlo, que logró comprobar su antítesis de aquellos que decían haber llegado a los bordes de la tierra.

Siglos después, llega Nelson Mandela, quien termina con el apartheid —o al menos logra reducirlo muy considerablemente— quien nunca pensó que lograría ser todo lo que fue. Probablemente ni siquiera pensó que saldría de prisión algún día, pero lo hizo. Y bueno ¿para qué irme tan lejos? Obama rompió con la perfecta política que Estados Unidos había tenido de tener presidentes blancos.  Es más, con solo escoger a los representantes de nuestros respectivos países estamos ejerciendo una libertad.

Y así, diario podemos ver esos actos que transforman y nos siguen definiendo cotidianamente, porque no somos estáticos. Porque resaltamos al ser quienes somos, al actuar con libertad. Según mi profesor de filosofía, la libertad no es hacer lo que me da la gana, sino: hacer lo que tengo que hacer, por que me da la gana. Y podría hablarles de mil definiciones más, pero esa no es mi manera de definir la libertad.

Prefiero quedarme con la definición que mi profesora de teología nos dio alguna vez el año pasado. Dice que mi libertad termina en donde la del otro empieza. Y no debemos confundir la libertad con el libre albedrío, porque la libertad viene con responsabilidades y el libre albedrío simplemente consiste en hacer lo que quiero hacer sin tomar en cuenta los otros factores que rodeen dicha decisión.

Porque sí podemos romper esas cadenas que nos mantienen paralizados en el ahora, les pido que sean más que una simple decisión. Les pido que sean un millar de ellas. Porque no eres simplemente un error en el camino. Eres aquello que quieres desayunar los miércoles en la mañana, las películas que no dejas de repetir los domingos, todas esas conversaciones que has prolongado hasta las tres de la mañana y esas veces que te has quedado estudiando sin descanso para lograr tu cometido. Porque todas esas decisiones las has tomado tú, aún con los factores que las han influenciado, la última palabra siempre la tendrás tú. Y nadie puede hacer nada para cambiar eso.

Y para ti, ¿qué significa “libertad”?

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