De los pensamientos de una mala escritora.
01/02/16
Recientemente—el 20 de enero para ser exacta— tuve el magnífico privilegio de asistir a uno de los mejores eventos a los que he ido en mis cortos diecisiete años. Uno podría decir que es poco tiempo para comenzar a juzgar lo que es o será mejor que algo que aún no ha pasado, o que es muy apresurado el pensar siquiera en algún “mejor día de mi vida” pero segura estoy de que a los 97, seguiré pensando que fue uno de los mejores eventos a los que pude asistir.
Sé que probablemente no es la mejor edad y que no es—aunque quién sabe a fin de cuentas— el auge de mi existencia. Sé que vendrán tiempos mejores aunque de por sí sean buenos y que no será el año en el que experimente todo lo que hay por vivir. Pero una de las primeras cosas que encabezaban mi aún-no-escrito bucket list, era —como toda buena amante del espectáculo— era ir al Cirque Du Soleil. Y qué mejor que poder tachar de la lista algo tan pronto como se pueda.
Un requisito para aprender cualquier lengua es, primero, querer aprenderla y en segunda, familiarizarte con la cultura de dicha lengua. En mi caso, la cultura francesa no había estado a su tope hasta que comencé a aprender el idioma. Sin embargo, alguna vez en tu vida habrías de escuchar algo sobre el Cirque Du Soleil. Mayormente—si no es que todos— los comentarios son positivos.
Y pues bien, sin nunca antes haber visto más que comerciales —suficientes como para alimentar mi intriga— deseé asistir algún día a uno de los variados shows que daban. Los dueños de la empresa tienen un antro en Cancún, bien conocido como Coco Bongo—para mi desgracia, sigo siendo ilegal. Así que esa no era una opción— pero hace más o menos un año, el show como tal fue inaugurado en el hotel Vidanta en Playa del Carmen.
En un viaje que constaba de 10 días: 2 en Cancún, 3 en Mahahual y 5 en Playa del Carmen, y que por una u otra circunstancia que no pudimos completar el itinerario preestablecido, terminamos con tiempo extra. Tiempo en el cual aprovechamos —mi familia y yo— para conocer las ruinas de Chacchoben, el Akumal Monkey Sanctuary y por último y en mi opinión lo más importante, el show Joyà de Cirque Du Soleil.
Honestamente, no sabía qué esperar. Porque uno paga una buena cantidad por boletos para asistir a un espectáculo —en el cual estoy casi segura hay mayor cantidad de extranjeros que mexicanos— y que en consecuencia, uno no espera más que lo mejor que podría ofrecérsele. Supongo que era parte de esa audiencia que esperaba la mejor de las presentaciones por parte del elenco y staff. Mis expectativas eran altas, sí. Pero definitivamente el show las superó.
En un espectáculo que narra la infancia de Joyà, una mujer cuyas anécdotas no solo entretienen, sino que dejan un positivo mensaje al final de la hora con cuarenta y cinco minutos de duración sobre esa compilación de representaciones. Comenzando por la idea principal de revivir aquellos momentos que —valga la redundancia— vivió con su abuelo, Joyà nos sumerge en mundos impredecibles. Llenos de la magia de los libros, quien el abuelo de Joyà le transmitió su amor por ellos.
Después de múltiples malabarismos, trapecismos, piruetas y actos inhumanamente extraordinarios, Joyà logra sobrevivir a dinosaurios, piratas y hasta a un par de asiáticos cuya avioneta se avería. Para evitarme spoilers—aunque aún así no arruinarían tu experiencia si algún día tienes el placer de asistir— al terminar el show, te dejan con la idea de que el abuelo de Joyà, después de haber fallecido —o desaparecido, dependiendo de cuánto lo quieras endulzar— le deja un millar de conocimientos y buenas experiencias, haciéndola una persona tan marcada de la felicidad como de la aventura.
Pero una de las cosas que más gustó—sin contar la increíble iluminación, set, vestuario y música en vivo— es que, cuando todo el elenco sale al final para hacer su “gran reverencia” una proyección reflejaba en el techo del escenario una gran variación de culturas, muchas de ellas habían sido representadas en los actos previos, aunque muchas otras que habían sido añadidas, las complementaban. Formando las etnias mundiales que nos hacen ser humanos. Sin embargo, lo que más llamó mi atención en esos escasos minutos de agradecimiento por parte del elenco hacia el público y viceversa, fue que, en esa proyección, varias personas sostenían una gran pancarta en la que se leía: “Libertad”.
Si les soy honesta, fue una cosa sorprendente y totalmente inesperada. Probablemente la demás gente estaba muy centrada aplaudiendo de pie o tomando fotos, pero mis ojos no podían fijarse en algo más que no fuera eso. Porque, si el show ya se me había hecho muy cercano a la perfección, esto terminó de afirmar mi opinión. No sé a qué se refería exactamente el creador del show al colocar eso ahí, o el técnico de edición, el diseñador gráfico o quien quiera que haya creado y confeccionado aquella proyección.
Lo que sí sé, es que, en un mundo que actualmente está experimentando cambios radicales con respecto a las mentes cerradas, a los tabús y a miles de temas más, es necesario transmitir en cualquier medio posible el poder de la libertad. El recordarnos que la tenemos y que está ahí para ser utilizada por nosotros nunca estará demás. Creo que aunque solo una persona capte el mensaje, con eso es suficiente. Porque solo toma que una persona publique algo en las redes sociales para que se haga viral. Y solo toma una persona para crear grandes cambios a nivel mundial.
Espero no haber sido la única persona que vio ese mensaje, y espero que los foráneos sepan un poco de español para haberle entendido siquiera. Espero que alguna vez puedas asistir al espectáculo y como yo, que puedas salir con una sonrisa que no durará solamente hasta que acaben las vacaciones. Porque si ese tipo de empresas tienen éxito no es solamente por suerte, sino porque saben cómo llegar a diferentes audiencias y no hay mejor concepto de libertad que el hacerte saber que puedes mezclar de todo en un lugar para hacerlo sobresalir. Para hacerlo especial. Porque a fin de cuentas, con solo recordar que eres libre, tienes el poder suficiente para crear cosas lo suficientemente buenas como para cambiar la mentalidad de miles de audiencias.