Tengo una vida entera escuchando por aquí y por allá sobre esta película que está tan arraigada en el folclore mexicano, cuando ya pretendía haberla olvidado de nuevo resurgía de las sombras en cualquier conversación al azar, a pesar de esto nunca fue tanta mi curiosidad como para decidirme y por fin sentarme a verla hasta hace apenas unas semanas, y es que el terror mexicano nunca me apasionó del todo, no por algún malinchismo prematuro sino por su temprana e inminente influencia en mi vida, por influencia me refiero a los traumas posteriores que por ver una película me causó. Recuerdo cuando tenía al rededor de seis o siete años ver una película de Jorge Fons en la madrugada, aunque en ese tiempo no tuviera ni la más mínima noción de quién era ese tipo o el título del filme, justo en la parte en donde un perro furioso le arrancaba el pene a un niño en el baño de una escuela de una mordida (obviamente la escena no era explícita pero el director hace maravillas con la fotografía para convertirla en una tortura psicológica) la verdad no recuerdo qué pasó después si es que huí, lloré o qué, pero lo que sí puedo recrear sin problemas es ese sentimiento; una mezcla entre fragilidad, sorpresa, horror y asco. Ver esa escena abrió un nuevo panorama en mi inocente existencia, ese horror empezó a tomar las más diversas formas inclusive en las situaciones más cotidianas, el peligro, la muerte, la mutilación estaban por doquier y no necesariamente en la forma de un perro bravo sino en cualquier rostro y a toda hora. Todo resultó más o menos normal para mí a fin de cuentas; soy un sociopata sí, pero por lo menos progresivamente fui acostumbrándome a la crueldad de esta existencia, no hay de otra, ahora me divierten esas películas como a todos; eso de explorar los limites humanos, aunque sea dentro de la más visceral ficción me resulta en extremo entretenido aunque con su excepción claro está, las películas antiguas de terror mexicano; si estoy cambiando los canales y veo algo relacionado con este preciso género de inmediato oprimo el botón para alejarme lo más posible de ese recuerdo/sensación/evocación, es muy sencillo reconocerlas; la música, la fotografía, la utilería, los diálogos incluyendo la manera precisa en que son dichos por los actores, en fin, hace un par de semanas no me quedó otra opción que ver precisamente veneno para las hadas en un cineclub, esta película es del año 1984 y fue dirigida por Carlos Enrique Taboada y nos narra una historia sencilla pero efectiva, centrándose más en el horror sicológico que en el visual; dos niñas se conocen en un colegio, una de ellas está firmemente convencida de que es una bruja y quiere demostrárselo a su recién conocida amiguita que al principio se muestra escéptica, después de una serie de coincidencias y tretas cae por fin en su juego de manipulación y por el miedo que le producen esos actos sobrenaturales a los que no les puede dar una explicación sede ante su control hasta que ocurre esa inminente confrontación entre las dos con un final bastante sorpresivo. Este tipo de horror es magnífico por que nos muestra esa detallada progresión de los personajes, una evolución que se origina a raíz de una circunstancia cualquiera (que en este caso es una niña que lo posee todo y otra que por envidia busca quitárselo) y mientras la trama avanza más y más el suspenso de que algo terrible está apunto de suceder nos mantiene siempre a la expectativa, el horror radica precisamente allí, en esa espera por la conclusión, además de que la producción ayuda a mantener ese suspenso filmando desde la altura de las niñas y nunca captando ningún rostro adulto (salvo sus contadas excepciones pero cuando esto pasa es bajo una circunstancia específica, tendrán que verla para descubrirla), y cuando éstos interactúan lo hacen de espaldas o de la cintura para abajo justo como en Charlie Brown, esto ayuda a identificarnos con esa constante perspectiva infantil. Taboada además innovó con esa técnica en aquella época cuando estos tipos de recursos no eran usados en el cine nacional, todo esto en conjunto la convierten en una película de culto que tienen que ver no sólo por el gusto de hacerlo sino para entender un poco la transición que ha tenido el cine mexicano para llegar a ser lo que es hoy en día, para bien o para mal. Por mi parte supongo que ya puedo tachar un complejo menos de mi pasado turbio, la verdad es que no fue ni un poco incómodo, y al contrario de lo que yo me negaba a creer estas películas tienen bastante que ofrecer en muchos niveles y como cinéfilo me quedé con ganas de más, así que ya tengo próximas en mi lista ‘hasta el viento tiene miedo’ y ‘más negro que la noche’ del mismo Taboada, por aquí les escribo a ver qué tal me fue.
Por Armando Castillo