Hemos tenido la suerte de acudir a la entrega del festival Roxy en Guadalajara, el primero en su historia y que seguramente no será el último ya que técnicamente nos han ofrecido una experiencia a la altura de cualquier otro festival más longevo, el cartel estuvo muy completo, tal vez con géneros demasiado diferentes entre sí pero tal vez esto sea precisamente la marca distintiva que el Roxyfest pretende usar para irse dotando de identidad; encontramos desde sonidos caribeños (con Maite Hontelé) hasta jazz contemporáneo (con Hiromi: the trio proyect), pasando también por Fito Páez el trovador/rockero argentino por excelencia. Asimilar esto teóricamente me resultó un poco difícil al momento de analizar el cartel, pero una vez estando allí las cosas se fueron dando orgánicamente ya que indistintamente del género que se presentaba en turno el festival se empeñó en traer a los mejores exponentes de cada uno de estos; así que cada artista era una sorpresa e inclusive una revelación para los que estábamos allí, esta ocasión no tuve mucho tiempo de estudiar el cartel así que constantemente me vi sorprendido mientras me movía de aquí para allá, sólo unos metros, ya que los escenarios estaban literalmente unidos, experiencia que resultó cómoda por qué no había que distanciarse para disfrutar de los artistas, pero a la par me sentí inducido en un trance un poco confuso, casi las doce horas estuve en una hipnosis musical sin interrupción lo que provocó una ligereza muy parecida a la que produce el exceso de alcohol; eventualmente ya no podía concentrarme en estar definiendo lo que escuchaba y me dejé conducir por donde la música quería en lo que se sintió como un solo instante repleto de matices; de los beats más salvajes a los más conciliadores, recuerdo haber estado bailando sin parar con el DJ set de hot chip durante bastante tiempo aunque en realidad solo haya pasado un poco más de una hora o con David Brighton y su tributo a David Bowie fueron defiendo lo que se convertiría la tarde cumpliendo lo prometido por el festival de dedicarle el día a esa figura excéntrica que cambió la historia de la música; la dedicación que le pusieron a la reproducción de sus canciones, los gestos, los vestuarios, la misma energía contagiosa hacía que por instantes uno creyera que realmente se estaba frente al mismo ‘camaleón’, aunque suene un poco absurdo de un momento a otro todos ya estaban coreando y gritando al compás de la canción ‘heroes’ con todo y el sol abrasante de la tarde, por allí antes o después, no recuerdo con claridad, estuvo también Hercules and the love affair aunque no importaba mucho por qué muy a pesar del contexto o la hora que estos neoyorquinos toquen siempre los he disfrutado en donde quiera que los he visto por su habilidad conjunta para prender a cualquier público, escéptico o no, ya para la segunda canción el trance tomaba más fuerza y toda la masa de gente se regocijaba bailando con el atrapante sonido disco en una fiesta gigantesca. Así se me iba el día, inmerso en el sonido que lentamente me absorbía mientras lo único que restaba por hacer era desviar la vista de un escenario a otro para darle sentido a las notas mientras se bebía mucha cerveza para desinhibir la ligereza, ahora que trato de recordarlo todo son sólo algunos matices los que toman más fuerza, los que alcanzo a rescatar de la euforia alienadora para poder definirlos en este escrito, pero obviamente hubo más que hora se han convertido en parte de un todo, un sentimiento de satisfacción y congoja, por ejemplo; a Caloncho lo recuerdo como una extensión que se quedó en pausa durante los días hábiles (tuve la fortuna de disfrutar su sonido playero sólo un fin de semana atrás) y que continuó convenientemente cuando me reconecté en el festival, alimentando el trance del que tanto hablo y bueno, por supuesto los estelares y su ansiada presencia; placebo fue una joya que dotó de una fuerza oscura y energetizante a mi viaje, me permitió sacar energías del pasado para alocarme de forma convincente y no como un adulto queriendo a la fuerza ser algo más (o eso creo yo), como si los demonios juveniles de mi pasado de genuina autodestrucción tomarán las riendas de mi cuerpo conformista, con cada rasgueo furioso, con cada canción, con cada estrofa enunciada con la voz de Molko podía conciliarme con la persona que fui y entenderme de nuevo, entrever los sentimientos de angustia y gritarlos con todo lo que me quedaba de voz mientras saltaba en mi lugar y movía la cabellera sudorosa de arriba abajo; celebrando el pacto que tardó más de quince años en conciliarse. Fue la primera vez que los veía pero al final el tiempo que esperé no importó, lo que duró el concierto fui exactamente la misma persona que los escuchó entre madrugadas viciosas ya olvidadas.
Morrissey para finalizar; con que adjetivos se reseña a un genio, lo primero que me viene a la mente es la espera, no podía ni un segundo más y el vídeo introductório que lo caracteriza ya había dado una vuelta, miraba el suelo, y cambiaba de pie para distraer al cansancio, incluso pensé en renunciar, pensé en la decadencia que lo va sosegado a uno, pensé en irme a sentar y verlo de lejos, pero en cuanto se escucharon los vítores y lo vi salir y ya no hubo escapatoria, la hora y media se pasó volando y los sentimientos brotaban como por un grifo abierto en el que sin pena me había convertido, todo susceptible, la tristeza de Morrissey la hacía por fin mía, de todos, clásica o no la canción escuchar su testimonio musical fue la cúspide que aunque ya esperada por los que estábamos allí ni exagerando hubiéramos podido imaginar su magnitud, el clímax en donde por fin el sentimiento da un paso más para perdurar en el recuerdo, del adolescente conflictivo con placebo al que no sabía entender y se perdía entre canciones apropiándose de otra voz para definir la tristeza, la de los Smiths, la de Morrissey. Excéntrico y algunos dirán que caprichoso se mostró tal cual en el escenario y para mí todo encajaba a la perfección, no había necesidad de sutilezas, nadie esperaba verlo intacto y nadie que realmente quisiera estar allí buscaba salir ileso. Cuando el inglés cerró su número con ‘first in the gang to die’ el festival se vestía con una vibra que pocas veces he sentido, sonrisas de satisfacción en rostros cansados, y yo sin poder seguir, empire of the sun empezó casi de inmediato y yo decidí caminar en dirección contraria un pequeño lago en donde estaba la sección de comida, compré una cerveza helada, prendí un cigarrillo y me tiré en el pasto por un buen rato mientras la música explotaba allá lejos pero seguía sintiéndose tan cerca, a ellos no los vi, pero por una pantalla observaba como había personas con la energía suficiente para ‘deshacerse’ en plena canción, fue hermoso cerrar los ojos intermitentemente y sentirse complacido, vacío y lleno, feliz pero con la melancolía de haber pertenecido a una nueva tradición asomándose ya mientras la cerveza resbalaba por la garganta afónica.