Cuando me preguntaron si quería escribir algo sobre música, acepté sin titubear para después, en un sombrío estado de consternación, darme cuenta que mis únicos conocimientos musicales rayan en la casi ignorancia del tema. No me estoy subestimando, ni mucho menos, nunca lo haría. Lo que sé de música, lo sé a la fuerza. En mi infancia, me refiero a mis años felices en el jardín de niños y primaria, ya escuchaba desde Blink 182 a Bobby Pulido, las cantaba inconscientemente entre la escoba y el trapeador de la mañana (soy la menor de cinco hermanas). Me sabía ya de memoria la historia del suicidio de Kurt Cobain y creía fervientemente que había sido novio de mi hermana mayor, de ahí mi acercamiento a Nirvana y al outfit grunge en el que la supuesta esposa de Cobain, me convencía para disfrazarme; yo me sentía muy cool y hasta la fecha creo que lo era. Mi acervo musical siguió variando conforme mis hermanas crecían y en cada ida y vuelta a la primaria, tarea a cargo de mi tía materna, quien en su Atos nos hacía cantar al son de “La Manzanita” dulcemente interpretada por Erasmo Catarino, y “Amor de tres” del grupo Aroma. Rock, Punk, Banda, Cumbia, Pop, Grunge, Indie, etc. conformaron el soundtrack de mis años en la escuela primaria y secundaria, y Zoé ambientaba, principalmente, mi entrada a la pre-adolescencia. En esos tiempos en los que no tenía ni idea de quién era o qué estaba haciendo ¡y en los que todavía me atrevía a ser irreverente! (derecho que NINGÚN puberto debería darse por feo, apestoso, pendejo y malhumorado), Avril Lavigne sonaba de fondo, no porque yo tuviera sus discos, sino porque una de mis hermanas la tenía a todo volumen en su habitación. Nunca he comprado un CD porque nunca he tenido un cantante favorito o banda favorita. Fue en mis años de secundaria cuando conocí el Jazz y el Blues, veinticuatro-siete sonando en la sala de estar de mi casa, nuevamente una de mis hermanas, esta había pasado de La Arrolladora (gracias a dios) al embriagante mundo del Sax y la batería. Cuando cursaba la preparatoria conocí también a Sigur Ross, Radiohead, Muse, Daft Punk, etc. esta vez la introducción no solo fue hecha por otra de mis hermanas, también tuvo el apoyo de uno que otro compañero de curso. Mi historia con la música sigue así, evolucionando, sin embargo yo nunca me he acercado a ella, nunca la he deseado porque nunca me ha llamado la atención. Mi historia con la música es como una cita a ciegas a la que vas con la mente abierta, sin grandes expectativas y siempre impersonal. Nunca he tenido un encuentro íntimo con ella y a la fecha puedo decir que no me hace falta. Me considero una escucha musical involuntaria, ya sea que esté en un café, caminando por la calle, o en la casa de alguien, ella está ahí. De hecho mi celular no tiene descargas de música, ni Spotify Premium o datos para navegar por YouTube. No la odio, no la amo, no me sirve ni me estorba. Sólo es música, ha estado presente toda mi vida, sin embargo sé que mis hermanas y su relación de ellas conmigo no habría sido la misma si la música no hubiera sido intermediaria; vamos ¡yo era grunge a los diez años!
Por Patricia Guzmán.