Estaba pensando de regreso a casa mientras todos venían ya dormidos en la van que este año el festival Nrmal se empezó a sentir por fin más homogéneo; he acudido justo las veces necesarias para empezarlo a ver como un todo, a sentirlo también, se me revuelven ya con mucha facilidad los artistas, los años, la gente, pero lejos de atribuirle esto a un defecto de mi maltratada memoria se siente bien poder agrupar tantos instantes en una totalidad, en un sentimiento que gratamente es de confort e incluso (lo que no me sucede a menudo con festivales igual o más longevos) de concordia, el año pasado ya me venía preparando pero fue hasta hace unos días en donde sin preocupación alguna pude hacer esa inmersión sin mis usuales complejos; de antemano sabía que la catarsis vendría con calma y no como en otras ocasiones que salvajemente la buscaba entre escenarios, vasos de cerveza e impulsos artificiales que al final del día terminaban asediándome; un peso más que no dudaba en hundirme con la misma fuerza si no llegaba lo suficiente alto dentro de la experiencia. Les platico un poco de lo que se vivió, algunas bandas solamente, por qué bueno, tengo una tendencia horrible a extenderme.
Llegamos tarde, al rededor de las tres después de que el señorcillo del uber nos dejará bastante lejos de la locación y como buenos provincianos no nos percatamos absolutamente de nada, estaba ansioso y apretaba la cámara en mis manos mientras mis acompañantes se paraban por la primera cerveza o para ir al baño, así que en cuanto tuve la oportunidad me encaminé a la ‘tend’ a toda prisa justo para arrancar con Pelada; un dúo electrónico de Canadá que conducía su flujo transgresor hasta el límite con una ferocidad intencionada, la vocalista tenía una voz angelical que buscaba causar totalmente el efecto opuesto así que se unía con un beat que palpitaba con rapidez para quebrarse en alaridos, cada vez más fuerte, más alto, el efecto dual rayaba en la incongruencia hasta que en el clímax todo cobraba sentido; su intención no era otra que la provocación, la duda, y el cuerpo que inconscientemente ya se tambaleaba; el malestar o la gloria vibrando sin tregua, sin permitir el paso a subjetividades; si uno decidía quedarse debía entregarse al sonido y dejar que este híbrido electrónico se encargara de lo demás y nos funcionó bien para muchos.
De aquí allá y reconciliándose con el lugar, recoloreando memorias desteñidas llegamos al escenario doble y ahora sí de repente había todo el tiempo del mundo para deleitar una cerveza y apreciarse dentro de la manada de melómanos; todo era hermoso, sí, tuve la suerte de que me levantara con una lucidez exquisita en mano así que todo a mi alrededor brillaba, de igual forma para no errarle me sumé un par de alicientes, lo justo para ayudarme a definir ese matiz con más seguridad; Miss Garrison de Chile a los que estudié con cuidado por meses, una banda que disfruté mucho en estudio y que descubrí poseía dos facetas durante su evolución musical: al principio un rock/punk inyectado de synths que por momentos se envolvía de estridencia y de un degenere lascivo y después de un par de álbumes dispersaron esa furia con creaciones cuyo esqueleto se volvía completamente el sintetizador, las notas se alargaban, los instrumentos aparecían periódicamente como olas para decorar cuidadosamente la melodía. Verlos en vivo no fue ni una ni la otra cosa, también sería un error escribir que fue algo intermedio, más bien una experiencia totalmente nueva, como si los escuchara por vez primera y el resultado me dejó poseído; los ritmos, las pausas, los tiempos, la voz de su vocalista Francisca Straube, ella misma, las percusiones y la forma en que la canción iba brotando sin prisa, fue un buen torrente para meter la cabeza y olvidarse del sol que calaba en la cara, la belleza y sus estragos; al final ni un estruendo ni apacibilidad, fue algo más que funcionaba mejor con los ojos cerrados.
La tarde avanzaba y también la cantidad de cerveza que se ingería por cada trago, todos alimentaban con más ganas sus respectivas perspectivas; sonrisas por doquier y gente que dejaba de fingir ser feliz para estarlo sin si quiera darse cuenta. Observamos a Leyya con un pop visionario que no temía hacer colisión con la psicodelia y también a Dub de Gaita que aunque ya veníamos presintiendo que sería una loquera fue mucho más que un simple reventar de sesos; gaiteros, dub y gente perdiendo hermosamente los estribos por donde se pusiera la vista, después la noche ya y Félix Kubin jugando entre las luces estroboscópicas y la oscuridad a ser un robot; un DJ en su mayoría análogo que hacía un homenaje contemporáneo a Kraftwerk, claro que con sus consecutivas inclinaciones al minimal para que la audiencia nunca perdiera ese ritmo tan necesario a esa altura de festival.
Después de un par de horas algo confusas que ocupamos pertinentemente en invertir en mucha cerveza Mac salió de repente con una sonrisa en su rostro, como un diablillo que ya masticaba lo que se avecinaba para todos y la gente inmediatamente empezó a apachurrarse y a empujar para intentar estar más cerca, un paso más, lo que fuera, nunca me había sucedido eso en el Nrmal pero se sintió bien; en mi caso me ayuda a mentalizarme de mejor manera si estoy rodeado de gente desesperada por sentir algo, empatizarme con ellos quizá, soltar la bestia, hasta ese momento me costaba entender por qué el estilo musical de Mac deMarco era tan popular con las nuevas generaciones pero no tardé mucho en averiguarlo, no es sólo su guitarra debrayándose por todas sus creaciones con ese ‘delay’ tan distintivo, tampoco sus letras melancólicas, ni su banda cuidadosamente escogida, es él, con mucha facilidad tomó ese carisma y lo convirtió en un espectáculo (si es actuado o no eso es lo de menos); supo ganarnos entre canciones con bromas y monólogos y no había nadie que le quitara un ojo de encima, yo que me jactaba de estar allí exclusivamente para redefinir mi miseria con sus canciones tampoco pude escapar del trance, lo que duró el concierto me la pasé sonriendo como bobo mientras él bebía tequila y daba piruetas, eso y bueno, paralelamente cumplir mi misión en secreto de sentirme miserable; ‘chain of reflection’ fue un estocada en el corazón y la sentí vibrar en cada rincón de mi cuerpo compactado entre la multitud. Nos salimos en la última canción mientras Mac cantaba ‘under the bridge’ de los Red hot chili peppers intencionalmente desafinado, o eso creo, y nos cambiamos trabajosamente de escenario.
Primero vino Sleep y aunque me gustaría mucho escribir sobre ese stoner poderosísimo ya voy tarde en la reseña así que lo dejaré para después con más calma e iré directo al punto; Explosions in the sky, me gustaría conocer a la persona que se encarga de escoger a las últimas bandas de los escenarios gemelos y darle un abrazo prolongado y cálido en forma de agradecimiento, ya van tres años consecutivos que termino sumamente emocional (lágrimas incluidas claro está) después de un Nrmal: Slowdive, Tortoise y en esta ocasión Explosions, díganme ustedes en qué otro festival nacional nos consienten de esta manera a los introvertidos que disfrutamos de la música lenta, de aquella que va haciendo estragos con su pausado devenir, recorriendo recuerdos de madrugadas solitarias que no terminaban (o de aquellas acompañadas que no queríamos terminar) para reventarnos con un guitarrazo en las entrañas, en la cabeza o vaya a saber dónde tiene cada persona ubicado el sentimiento. Una nota, así empezaba el último recorrido nocturno, la cereza del pastel del festival, de los días de antelación desde que salió el cartel, una nota y todos sumidos en un completo silencio, sabíamos que la pausa jugaba un papel importante, otra nota, y ese silencio que de a poco se convertía en melodía con suaves y precisos rasgueos… explosions in the sky es un proceso, un recorrido auditivo que conforme va avanzando nos permite perdernos cada vez más dentro del camino, ese, el particular e irrepetible; había quien miraba al cielo, quienes apretaban los ojos, quienes perdían la mirada en cualquiera de sus integrantes que como buenos protagonistas ya se encontraban totalmente inmersos contándonos su historia y ya, no había nada más más que uno mismo y los lugares elegidos para desaparecer; cuando por fin la gama de sonidos llegaba al tope y el clímax se presentía caliente en el pecho la culminación de tantas historias coludía en un sólo instante glorioso, todos los sonidos de lo instrumentos se entretejían en lo alto y uno se sentía parte de algo importante intentando perseguirlos en conjunto, la música arrastrando todos nuestros trasfondos hasta una catarsis explosiva celebrada en el cielo, en mi caso como buen chillón que soy también entre lágrimas y una sonrisa de media cara. No supe cuanto duró pero como suele suceder en los casos en los que se es feliz sin darse cuenta hasta mucho después no lo suficiente.
Gracias Nrmal por ofrecerme la claridad una vez más, por aligerarme la existencia aunque sea un sentimiento pasajero, por darme material para escribir sobre lo que más me gusta y sentirlo todo de nuevo dentro de mí, no hablo por todos pero estoy seguro que habrá más de uno que podrá identificarse. Como siempre escribo en cada reseña anual, este festival no nos ofrece lo que queremos escuchar sino lo que deberíamos estar escuchando. ¡Salú!
Texto y fotografía por Armando Castillo (galería completa en el instagram de Caperuzo).