¿Fue el ego? Tal vez siempre lo fue ¿Por qué quieres seguir? Es la pregunta… ¿por qué resistir la muerte? si está en los ojos de los que se quedan, de pronto una imagen hizo una honda presión en las vísceras, tan fuerte, tan insondable como el mar, toda la gravedad en un punto exacto, el peso, caer al vacío tan liviano, tan ahí, acorralante, así como cuando se sube el muerto, de súbito levanté los jirones de mí misma, con vehemente voluntad me obligué a desprender el alma de la cama, aire, me suplico ¡aire fresco! Es lo que necesito, dejé que inundara mi cara, quería sentirla sumergirse en el Pacífico darle muerte ahí, pero no, la vida medio el estirón, asome la mitad del cuerpo y encendí el último cigarro bendito, parecía que éste había sido resguardado del día sólo para enfrentar la muerte, única certeza, en el fondo la mentira ¿Qué mierda es real? lo que sé es que lo viví, se lo digo cada vez más alto a mi mente que me juega tretas y lo aprendido se defiende , aruña, esgrima cada sentimiento inútil de explicar, inútil intento de la pureza, me dice ¡no te hagas pendeja! hace rato murió ¿no viste el cuerpo? Eras tú, ya la tumba estaba y lo que viste, sólo fue el último puño de tierra; los vivos siguen y tú ya no estás, pelo los ojos en la noche veo a venus ahí tan cómplice, tan al pendiente, la noche no agoniza, el velorio apenas comienza, nadie cuidara el alma ¡sabrá qué demonio venga! no me hinco, no rezo, de ésta me encargo yo, responde mi espíritu; me pierdo en adelante y explota, fuego pirotécnico , harta sangre, sátira de una nueva imagen, un gran círculo rojo que por un momento se mantiene firme a lo efímero, se esfuerza a la circunferencia, pero no puede sobreponerse a lo inapelable, se entrega sólo para desplomarse frente de mí… nos desplomamos ya no hay juego, el cigarro tampoco es eterno ¡tuve que escuchar a las cigarras llorar a la lluvia!, me reprocho mi sordera… me grito en nudos torpes que arden al salir ¡sorda, sorda! ¿Cómo no escuché? ¿Hace cuánto morí? me hago una con el humo me voy… la muerte en los ojos de los vivos, pero no hay nadie.
Por María Correa