Me pensé por fin vencido por la edad cuando en medio de un festival de música sentí una catarsis nacida de un ataque de ansias, apretujado entre miles de desconocidos, arrastrado sin clemencia ni control hacia un momento que perdía el brillo del que tanto lo había dotado con la larga espera, allí casi apunto de concretarse la desesperación me poseyó y no tuve otro remedio que sentirme un perdedor por condicionarme a pensar que me curaría en un instante, por atreverme a construirlo por meses, buscando una solución para mi vida en una canción, en otras personas interpretándose en un escenario ajenas de todo, de sí mismas incluso, convirtiéndose en la imagen ideal e inexistente de lo que son (las sobras gloriosas que ascienden de los cuerpos lóbregos), domadores desinteresados que presuntuosamente nos imponen su percepción sonora y maquillada, ajenos de mí por supuesto y mis pequeñas desventuras dañinas, lleno hasta el tope de un hastío alimentado por unas ansias químicas que se tornaban oscuras e irremediables, como la transición de un sueño a una pesadilla, exiliado completamente de lo que podría haber sido mi alivio me refugiaba en los detalles más desesperantes con una obsesión inconsciente por arruinarme la experiencia, no exagero, los festivales para mí son unas vacaciones que poseen la cualidad de vaciarme de tanto melodrama existencial, respiro ligero desatado de aquella recurrencia inclemente a la desesperación que produce la incertidumbre, ese pensamiento que se hunde en la oscuridad es remplazado por ese instante de deleite que se vuelve infinito al alcance del recuerdo, tan sublime que me infunde de un apetito voraz por experimentar más de esa sensación alienadora, fe, en otras palabras me posee una propósito que me es imposible explicar y por lo tanto desmentir. Ahora, allá, me invadía la claustrofobia y tenía que estirar el cuello para inhalar pequeñas bocanadas de aire fresco, el concierto ya había empezado y la ola de gente me tragaba entre golpes y gritos, me concentraba en no desfallecer mientras la música rugía por lo alto, estaba casi hasta el frente y puse todo lo que me quedaba de cordura para mantenerme recio (¡eran los Pixies chingao! No podía retirarme), de disfrutar ni hablar; apenas me podía mantener de pie soportando la inclemencia, esperando en el climax del trance deseando que cada segundo que pasaba fuera el último, pasó, al final cuando la crisis perdía intensidad me forcé a disfrutarlo pero el remanente no me dejó recupérame por completo, en el fondo quería que terminara, me visualizaba en mi cuarto vencido, en el camión de regreso me sentía verdaderamente desconsolado, en aquel entonces pasaba por días difíciles y temía que ya me resultara imposible aliviarme dentro de este ritual, si no había disfrutado una de las cosas que mas amo experimentar en esta vida entonces no había un remedio cercano para mí.

Después de un mes fui a otro festival, aún temeroso de desilusionarme a mí mismo me opuse al principio pero no tarde en hallar cualquier motivo para convencerme; en el ‘nrmal’ no va tanta gente, el espacio es más reducido, incluso planeaba estrategias distintas más acorde a ‘mi edad’ para convencerme y justificar esa penosa transición hacía la cobardía con innumerables excusas; observar las bandas de lejos por que lo importante no era amontonarse sino disfrutar del espectáculo sin que la ubicación tuviera alguna relevancia, moderar mi estado mental para apreciar con más lucidez las bandas, en fin, me aferraba a cualquier pretexto que me ayudara a renunciar todavía. El festival era todo eso y mas, todo excelentemente organizado y sorpresivamente aún más tranquilo de lo que imaginaba cuando nerviosamente pensaba en mi antigua vivencia con los pixies (no vi ni un solo ‘slam’ a pesar de que había bandas más que apropiadas para hacerlo, tampoco ningún indicio de violencia), aún no lo sabía pero en cuanto llegué ya estaba mas cerca de estar curado de lo que hubiese supuesto, quería conducirlos hasta la conclusión del escrito para revelar mi precisa transformación pero no puedo pasar por alto el detalle de que cuando arribé al festival estaba ya medio borracho lo que en este caso no es del todo malo, al contrario, rompí sin consideración una de mis nuevas reglas de ‘adultez’ y de allí todo empezó a mejorar; mi estado físico declinaba mientras mis expectativas subían con el poder de cada banda, de nuevo sin meditación allí estaba hasta el frente brincando con todas mis fuerzas empinando el vaso hasta el fondo poseído sin tregua por tan distintas y hermosas melodías, el pináculo fue sin oposición la banda británica Slowdive una de las últimas del segundo día del festival, ardía con ganas por verlos, un grupo de culto del movimiento ‘shoegaze’ de los noventas quienes se caracterizan por su sonido relajado, melódico, tranquilo y para algunos hermosamente deprimente, pensé que sería un buen contraste después de agotarme con las bandas anteriores, después de tanta euforia, danza cerrar los ojos y dejarse arrastrar. Tardaban en salir al escenario y ya sentía en mí una desesperación naciente pero muy diferente a la ansiosa de la vez anterior, esta espera era igualmente insoportable pero la incertidumbre nacía de algún lugar completamente opuesto, el instante latía con más fuerza acercándose intempestivamente a su consumación y en los segundos se palpaba la emoción de un encuentro aún desconocido saboreando a su paso una intrigante antelación de quien presiente que algo importante va a suceder, brincaba en mi lugar con los brazos pegados al cuerpo sin parar, estaba intoxicado con una ebriedad conciliadora y apacible, volteaba a ver las estrellas y la punta de los árboles se mecían al ritmo de mis saltos cuando escuché los vítores que anunciaban el término de la espera y el inicio de la expectativa, bajé la vista y casi al instante el estruendo de unas guitarras hicieron que me parara en seco, inmóvil, el sonido deprimente casi acústico que ansiaba se mezclaba con el inesperado rasgueo explosivo e incesante, creo que tardé una canción en terminar de asimilarlo, ¿qué es esto? Pensaba con los ojos cerrados mientras me acercaba todo lo posible con pasos que no recuerdo haber dado, me sentía gravitar al compas melódico y por momentos furioso que no desentonaba ni una vez con la melancolía inherente que los caracterizaba, era una fusión trabajada, una evolución de destreza que trascendía géneros, la voz sin pretensiones de su vocalista Rachel Goswell se desvanecía con suavidad entre los rasgueos de las guitarras tomándose todo el tiempo necesario para conducirnos al clímax explosivo y liberador en este caso, no sé cuánto tiempo pasé sumido dentro de mí, con los párpados apretados, saltando, con la mirada puesta en el cielo y en ocasiones en el pasto, sentía los cuerpos a mi lado sumergirse también dentro de sí quién sabe hasta donde, había una chica encapuchada a mi lado a la que vi temblar dentro del recuerdo; era inevitable no aventurarse dentro de lo más profundo del agujero, yo también lloré en confianza, me sentía en casa, sé que sonará absurdo pero por pausados momentos de lucidez sentía que existía un motivo ulterior que enaltecía este encuentro, estaba repleto de una tristeza hueca y a la vez omnisciente, la compartimos (muchos, sería una falacia decir que todos) en cada latido mientras nos abandonábamos cabizbajos en la misma corriente implacable y sanadora, me ha sucedido esto pocas veces cuando vi a Sigur Rós o a Portishead, un augurio de empatía que como una llama tardaba en consumirse en el pecho, un regocijo tan simple como basto y prolongado, así pasó una hora y media eterna y de todas formas insuficiente. Cuando acabó el concierto estaba satisfecho, sonreía con cara de tonto, repleto de una sensación de hermandad que me aligeraba más allá de todo el alcohol que ingerí, sólo aquí tuve tiempo para darme cuenta del contraste, es por esto que uno asiste a los conciertos, a los festivales, a escuchar interpretes conocidos o no, pensé, para encontrar una coincidencia inesperada que nos arrastre violentamente fuera de nuestras pequeñas predicciones y con suerte llegar allí, más lejos, distantes de cualquier palabra, encontrar esa redención musical indefinible que nos habla con sensaciones que arremeten contra esos males que cargamos y que tampoco sabemos nombrar, aunque hay que saber reconocer que cuando uno está derrotado no existirá por un tiempo alguna respuesta que esté fuera de nosotros que nos componga no importa con que desesperación la busquemos, la respuesta viene con el tiempo, mientras tanto no existe otro remedio que renovarse en la miseria, sufrir, memorizar los descensos, sofocarse en las multitudes, agotar las fuerzas hasta que no haya otra opción que ser alguien más, es necesario, esto fue lo que me pasó en los Pixies y aunque fue una experiencia horrible me sirvió también para hacer un contraste ahora, para darme cuenta de todo esto que les cuento, por mi parte no me queda decir que me volví a dar cuenta que ésta en verdad es una de las cosas que más amo y por si fuera poco me sirven para crecer, y ya estoy contando los días para estar allí amontonado de nuevo, gritándole a todo pulmón a un escenario repleto de esos ‘luminarias desinteresadas’.

Armando Castillo Toro

Posdata acá les dejo un enlace de su presentación de aquel día en México.

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