Ésta es una pequeña impresión del libro de Carlos Fuentes, la región más trasparente, supongo que conforme vaya escribiendo se irá convirtiendo en otra cosa, lo siento ahora al escribir más como un desahogo, tengo un cúmulo de sensaciones aún dispersas o tan intensas que igualmente se vuelven incatalogables como siempre sucede con cualquier buen libro o cualquier circunstancia que nos conduzca a la reflexión, a esos páramos desconocidos que lentamente se van dibujando con nuevos pensamientos, un paisaje recién descubierto. Ésta es una novela larga y no sigue las reglas tradicionales de la narrativa, la voz que nos cuenta la historia no le interesa seguir un lineamiento y no lo hace presuntuosamente para perseguir un estilo, es un rompecabezas donde el lector tiene la responsabilidad de irlo armando con paciencia; recurso usado regularmente por los escritores desde siempre, pero aquí hay algo diferente, el narrador es caprichoso y no le importa mucho si el lector se confunde ya que si se no se presta atención a esas sutilidades se pueden pasar por alto detalles elementales de la obra, sobre todo aquellos que son implícitos, nunca escritos pero recalcados entre líneas, ocultos entre silencios de dos personajes que se miran; cada quien inmerso en su propia verdad, cada quien con la historia floreciendo paralelamente, desmintiéndose en cada oración, el verdadero discurso lo hallamos justo entre esas dos oposiciones, no nos lo es dado fortuitamente a menos que al personaje en turno se le ocurra hacerlo y habiendo tantas personalidades inmersas en su propia objetividad no sucede con frecuencia. Pasan cincuenta años en el transcurso de la obra, comienza un poco antes de la revolución mexicana (1910-1920) y termina en 1954, en ese periodo somos conducidos sin ningún orden por diferentes temporadas de México y por muchos y diversos personajes todos rolándose el protagonismo sin retenerlo demasiado, pronto se descubre que no existe tal cosa, este sendero es sinuoso y abrumador pero las historias casi siempre funcionan independientemente una de otra con detalles que van tomando claridad conforme se descubren coincidencias que le van dando profundidad a la trama. Se podría decir que hay dos personajes singulares, más parecidos a nosotros que a sus contrapartes ficticias, espectadores también o guardianes como los llama Fuentes, singulares en el sentido de que su función pareciera sólo ser el darle rotación a la historia, cuestionar a los personajes y conducirlos por el sendero apropiado para explotarlos al máximo, conectarlos, enfurecerlos, probarlos, aunque al final hay tantos matices en ellos que es difícil saberlo con seguridad por que su aparición siempre es mística, misteriosa, ancestral e incluso omnisciente. Carlos Fuentes pretende con este libro explorar todas la facetas del Distrito Federal de aquel entonces, más específicamente su transformación después de la revolución, una visión fraccionada y tan distinta de sí pero fiel a su esencia elemental que auténticamente trasciende cualquier época, la ciudad como sustancia cohesiva que arrastra a los personajes con su forzada evolución y su estoicismo inquebrantable que se mantiene fijo alimentado de tradiciones milenarias, esa dualidad que se opone una a otra existente en cada mexicano, el pasado y el futuro (la visión de éste) disputándose nuestras raíces, la ciudad inamovible que se mantiene idéntica al paso de las estaciones igual que las personas atrapadas dentro de su trance, que intentan definirse con desesperación dentro de sus calles y edificios, una ambivalencia punzante que habita en nuestra sangre.

Una novela que nos ayuda a comprender más esa transición que ya juzgamos implícita mezclada con la filosofía magistral y voluble de Fuentes que tiene la destreza de mutar con cada voz con la que él elige narrarnos (desde la más educada hasta la más coloquial) ; el indígena revolucionario que con ambición logra llega al poder, la familia aristocrática que lo pierde todo y termina sólo conservando el prestigio cada vez más empolvado de su apellido, la chica de clase media que logra ascender entre clases y que puede recrearse entre el renombre y la riqueza y que batalla constantemente por enterrar quien fue, los nuevos artistas empujados por un naciente ímpetu nacional buscando el cambio y los que siguen asegurando que éste lo dejamos atrás, enterrado con los huesos de nuestros ancestros, los revolucionarios que dejaron la vida por una convicción borrosa y los que tenían bien claro su objetivo, obtener el poder y con éste conducir a México al futuro, y por supuesto los así llamados guardianes quienes presencian junto con nosotros el transcurso de los hechos. Esta novela es tan rica como complicada y si olvidé mencionarlo también existencialista, no es solo es una aproximación histórica, es la construcción y deconstrucción de personajes involucrando toda una gama inmensa de emociones incluidas, por supuesto, el amor y sus siempre terribles consecuencias y en lo que se va transformando al pasar de los años. Un libro completo, un clásico que invariablemente tiene mucho que ofrecer, más si se está buscando como mexicano comprender un poco el porqué de nuestro comportamiento, un vistazo a la historia sentimental y atormentada de nuestros antepasados.

Armando Castillo Toro

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