He recibido este año de la forma más inesperada, idealizada con anticipación sí, añorada en las madrugadas repetitivas, una victoria heroica para cualquier noctambulo acostumbrado a la derrota pero al final irremediablemente imposible precisamente por esa cercanía a lo posible y es que los límites de esta visión constantemente eran interrumpidos por mis propias limitaciones infranqueables, estáticas, endurecidas con los años, pero aún no quiero hacerme nudos así que voy a proseguir con la línea recta de lo que se supone que debería contarles en esta narración sin inmersiones dialécticas innecesarias, por lo menos no por ahora, para variar un poco decidí pasar el año nuevo solo al no poder yo mismo en su transcurso solucionar o darle ese vuelco a mi vida que me rescatara de esta parodia que soy ahora he forzado todo tipo de situaciones esperando que con suerte desaten esa catarsis que me transforme en cualquier cosa que diste mucho de lo que soy ahora, éste fue un intento más; recibir el año nuevo frente a una fogata, con una botella y si era posible un cigarrillo preciso que ayudara a complementar al cliché predecible que al parecer no puedo dejar de interpretar, mientras más se acercaba la hora y más permanecía allí sentando en mi patio menos podía encontrar un significado inherente a este final que se acercaba, llegué a la triste conclusión después de varios intentos de hallar ‘la luz’ de que mi búsqueda existencial había fracasado una vez más, no pude mantener el entusiasmo de esa metáfora temporal que cierra un ciclo que cínicamente sabía inexistente y me refugié en otra metáfora que se sentía más segura y familiar: el caer directo y sin escalas en la oscuridad insípida de donde intente salir. Los fuegos artificiales retumbaban en el cielo junto con los alaridos entusiastas provenientes de todas direcciones, estaba tan inmerso pensando en mi prematuro fracaso que no calculé el momento exacto de la entrada del año nuevo, mi plan se vino abajo; partía leña para hacer la fogata lo cual no fue de ninguna forma revelador pero sí inesperadamente relajante, cuando al fin logré encenderla los ruidos ya comenzaban a disiparse, el silencio retomaba el dominio de la noche, el fuego raquítico tomaba fuerza y su baile hipnótico era todo lo que necesitaba para distraerme de estar definiendo la madrugada, permanecía quieto para engrandecer el contraste, hundiéndome paulatinamente y sin resistencia en los minutos y las horas que iban sumándose en mi endeble cordura. Así empecé el año nuevo con una apatía desproporcionada e inclusive me jactaba de su efecto premonitorio, cuando tanto masoquismo llegaba a una etapa risible con ayuda del alcohol comenzó a llegar gente que lentamente y no sin esfuerzo comenzaron a rescatarme del agujero que soy cuando me lo propongo, lo que sucedió después fue una celebración meritoria, las palabras fluían por sí mismas, enajenado de mí mismo era otro el que hablaba hasta quedarse sin aliento, las palabras me conducían de aquí para allá idiotizado con un repentino entusiasmo por averiguar su impredecible destino, a lo lejos los esporádicos rumores se extinguían junto con lo que quedaba de las brasas y la catarsis aparecía sin siquiera percibirla invitándome a abandonar la reflexión, a soltarme sin pensar en la caída, a dejar de agujerarme las entrañas para asomar la cabeza por que la respuesta estaba allí afuera o en esos momentos lo estuvo (tantas respuestas para tantas preguntas que no hacía, ni deseaba hacerlo), rostros que vibraban de emoción, que iban y que venían, que cambiaban de forma, de tamaño todos fascinantes en mi estado de éxtasis, el sol salía e iluminaba esos rasgos que emergían de las tinieblas y los imbuía de un hermoso tono moribundo a aquellos ojos cansados, del azul frío al amarillo omnipotente, quién seguía, quién regresaba de las sombras, uno, dos, nadie, todos menos yo, las palabras seguían floreciendo regadas por el alcohol, las lenguas se trababan pero no paraban de contar historias que sólo podían florecer tan hermosamente allí en el reino de los ligeros, condenándolas sin piedad al olvido. Ebrio de vacío buscaba aún más historias que me ayudaran a conciliar la vigilia para justificar mi ligera elusión al cansancio, atardecía y ese instante que se apetecía de una eternidad amarilla desaparecía con los tonos pasteles que coloreaban el horizonte y yo tambaleando recorría todos los rincones del patio y de la casa sintiéndome un verdadero ganador, al cuarto nunca entré pues allá flotaba el anzuelo asesino. La puerta se abría y más gente aparecía para irrumpir mi soledad (que justo ahora no podría decir si fue inventada) como por un mandato que en ese momento adjudicaba divino y todas las conversaciones que buscaba se sobreponían una sobre otra ¿Quién dijo esto? ¿cuándo? ¿en qué parte? Me sentía serpiente zigzagueante arrastrándome trabajosamente por todo el lugar y a pesar de mi condición reptiliana mi espíritu seguía intacto moviéndome como títere, la borrachera se vertía como un hermoso velo por donde atinara a mirar y el absurdo brotaba de todas las bocas terminando cualquier frase en una estruendosa carcajada que hacía el piso temblar, el mío solamente, la oscuridad regresaba tan aplastante cada vez más parecida a la que me intentaba gobernar detrás de mis parpados, mi vaso nunca se vaciaba, el cansancio trepaba por mis extremidades con sus malditas preguntas y arrepentimientos, resistir se volvía un reto que ya no alcanzaba a comprender el pensamiento se me enfermaba las definiciones caían a pedazos y se revolvían unas con otras, el pesimista dentro de mí me revolvía las entrañas con su risa monótona, me restregaba el reflejo de mi imagen demacrada cada vez que pasaba por un espejo, su voz articulada hacía un eco palpitante… Ya no tenía fuerzas para morir en el intento así que no me quedó otro remedio que ser patético, una serpiente exorcizada de espíritu con un anzuelo que se incrustaba cada vez más en la piel a cada parpadeo, sin recordar precisamente pero con seguridad de que blandía excusas incomprensibles caminé con los ojos cerrados por el largo pasillo mientras escuchaba la marcha fúnebre desentonada en mi cabeza y después la ansiada y veloz caída, me atravesó el pecho el filo del sueño, descendí con vértigo hacía la desaparición donde habitaban sueños intermitentes que no eran eso sino palabras y quejidos incrustados en la oscuridad que se encendían y se retorcían como moluscos antes de extinguirse junto conmigo cada vez. Era la una de la mañana recuerdo que en algún momento intentaron despertarme para que siguiera celebrado pero siempre en vano, yo los veía desde el fondo de mis ojos como figurillas lejanas que se movían con mucha lentitud, mi cuerpo no respondía a los diversos estímulos e ignorándolos me adhería a la oscuridad que me esperaba a mis espaldas hasta que me tragaba por completo. Desperté con el pesimismo habitual de un tirón, con los nervios destrozados, con hambre, nauseas, la resaca me secaba las venas y con la terrible luz incandescente de medio día mortificándome, me sentía muy mal pero en calma, descansado, como si hubiera tomado unas vacaciones de mí mismo y saber que aquello era posible se sentía como un excelente augurio para el futuro, delimitado o no por metáforas temporales.

Por Armando Castillo del Toro

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