Gerardo llegaba temprano y junto con él la imperiosa necesidad de acercarse al límite, uno quizá que ha retrocedido con el tiempo, aunque eso es siempre lo de menos, la intención es lo que cuenta como dicen, la mía estaba muy clara, buscar reivindicación en el arrebato, en algún momento en donde la mañana se pareciera a cualquier otra menos a la que sería y que siempre es a pesar de mi encaprichamiento; la sed temprana que oculta otra cosa y las primeras cervezas, de frente un fin de semana que se irá estirando hasta perder significado, detrás los días estáticos en los que me he acostumbrado sostenerme, en el pecho la ansiedad imperiosa por hacerse notar tras cada sorbo; pero no más, estoy harto y bebo la mitad de una lata de un trago, quiero silenciar esa vocecilla nerviosa, en cambio no quiero renunciar a lo que una vez me mantuvo vivo, la ventaja es que con Gerardo se avanza de prisa y no hay que detenerse en el tedioso proceso del auto convencimiento; más cervezas y a la obra negra, la cámara fotográfica y la poca luz del lugar, los decibeles y los rostros impacientes que se mueven entre las sombras; Gerardo prende por el lado equivocado su cigarrillo dos veces consecutivas y reímos, la ligereza y una voz que ha callado, la noche por fin se siente tal cual y seguramente se mantendrá aunque el sol esté en lo alto, lo siento como la espuma de cerveza en mi boca, tan seguro como el estruendo que ya vibra en los huesos; entonces a hacer lo necesario, clavarse en la oscuridad, aislarse tras el lente con los obvios interludios para forzar el líquido en la garganta, descansar de lo que aparento y de paso también lo que hay detrás, buscar algún instante que conservar, la música y el gesto, el slam, el caos que hace rebatiña en la venas, los golpes que se iluminan con el flash de la cámara, la melodía y lo que produce, ya no hay timidez, la noche alcanza el primero de sus clímax y los que estamos ahí no nos damos cuenta, el elixir es parar de auto concebirse, entregarse a la música, la carcajada y las pocas luces que reaniman su brillo bajo el velo de la levedad, siguen las bandas y una palma sudorosa me ofrece pedazos de una pastilla color azul, los trago junto con el último chorro de una caguama que no he dejado enfriar y ejercito inmediatamente al olvido dirigiéndome a las fauces el tiempo necesario para no saber que me ocurre, para que la sensación se extrapole uniformemente y la verdad sea lo único que tintineé tras los ojitos chuecos, y ya con la premonición del clímax cosquillando en cada rincón se me mete la idea de ir a casa, la música sigue y ‘¡gratis.!’ sin inclemencia nos mantiene sin un rumbo fijo, cada instante es sideral y supongo intencionalmente indefinible, cada silencio es una pauta para reconocerse, ¿pero quién quiere eso? un chapoteadero en el supuesto real que ya rechazamos sin consideración con gritos de impaciencia; entonces dejando la vida en un instante ya cambiando la cerveza por licor sin recordarlo y la euforia de la visión de verme viendo el techo de mi casa mientras pierdo la razón al ritmo de alguna melodía, aun así resisto, resisto, y pertinentemente opto por compartir palabras que no serán recordadas y carcajadas que ablandan el pecho, las únicas batallas que sirven ante la incertidumbre son las que se suman a lo efímero, burlarse de que tan absurdo es todo antes de darse un chapuzón y desaparecer de la forma más errática en la nada. Así de subida y bajada con las notas, y un vaso inagotable de una bebida color fresa con frutas que vendían en un principio y que ahora ya regalaban para darle fuerza al incendio de los que restaban, tomando fotos todavía, pero el discurso siempre cambia con la visión y ya sin pretensiones que inhibieran el complejo era fácil tirarse y permanecer en el suelo para encontrar un buen ángulo. Aquí empiezan las lagunas mentales con la sobredosis de sensaciones mezcladas, no mentiré, también hubo entremeses de líneas ásperas que bien servían para alimentar las visiones del futuro e incluso en ocasiones a dignificar un momento con la lucidez de la metafísica química y rescatarlo de entre las muchísimas noches e instantes que se le parecían, sostenerlo como una especie de premio para justificar el insomnio y los nervios destrozados cuando estos llegaran, así todo ensimismado en el mejor de los estados, con la convulsión de pensamientos amontonada buscando la manera de explotar fuera de mi cráneo decidí escapar sin hacer mucho alarde, regresar a casa a continuar con un poco de privacidad la emoción que me precedía y en lugar de verme viendo el techo disfrutando una canción hacer completamente lo contrario observando lucecitas por la ventana con la espalda bien arqueada pero con la libertad precaria de poseer el control, la luz tenue y la canción, la que sea pero que yo elija bajo mi imperiosa determinación artificial. Gerardo también estaba allí en la sala degustando sus desventuras paralelas pero diseccionándolas con una calma que nunca he entendido, el sol venía con un par de horas de retraso y por ahora todo el mundo estaba de maravilla olvidado por allí en algún rincón junto con todo lo demás, este instante es lo único importante y tengo que forzarme para dejar de definirlo con un buen trago de la botella whiskey…
Por Armando Castillo