Esto en lo que están apunto de clavarse es un fuzz fantasmagórico que se distorsiona desde algún lugar de la ultratumba; una bienvenida con sonidos que no paran de vibrar, y que muy por el contrario van agregándose a la frecuencia para que la conmoción vaya subiendo segura junto con la sangre hasta el cerebro.
El power trío del extinto DF se propone darnos un paseo frenético por los lugares que formaron su música para hacer esa conexión entre lo que fue y lo que están haciendo, ampliando por una parte la visión provinciana que seguramente se nos quedó atascada algunas décadas detrás y por otra alimentando el imaginario colectivo de la bestia que es el distrito con cinco minutos de encabronado fuzz que atina a las entrañas; los lugares puede que no hayan cambiado mucho pero sí cómo se perciben, cómo se interpretan, cómo se ven y se escuchan, desde la visión de Mengers nos podemos dar una idea del recorrido de los sonidos en la ciudad y cómo en estos tiempos tan confusos nos toca irlos definiendo, a golpes, por separado y en cuartos vacíos. El sentimiento de destrucción inherente en sus melodías ayuda y ese empujón a sentirlos desde el subsuelo equilibra esa sensación; Pantitlán no es una estación en la línea del metro en la Ciudad de México, es lo que hay detrás de los días y la gente que la envuelve, es una voz distorsionada que se pierde en el latigueo constante de una guitarra que hace círculos allá a lo lejos para marcar el lugar de la caída, lo demás es la fractura y sacudirse el polvo, sentirse desaparecer con el eco de la voz y regresar para azotar el cuello en el aire cuando el rasgueo lo exige, un viaje en espiral en dirección a lo que permanece oculto en algún rincón capitalino y que no se cansa de avivar la llama de quién se toma el tiempo para descifrarlo.
En otras palabras este sencillo es uno de los preámbulos que se suman para guiarnos en ese camino que aún se queda en el presentimiento, la precognición de lo que vendrá que aunque imposible de atinar se siente bien en el cuerpo, un trago de gasolina que no tarda en estallar, una ola que se va alzando con la furia de la música que pelea por no volverse anónima, por quedarse grabada en en la historia oscura de las interminables calles de la capital, y que eventualmente nos va hacer reventar de manera fulminante en el concreto cuando rompa allá en la oscuridad de lo que aún no sucede, de lo que solamente se presiente.
Por Armando Castillo