La Plaza Xidoo golpea desde el primer vistazo con la imagen de su declive: establecimientos cuyos ventanales sólo ofrecen vacío, el tronco de una palma que ya suma años marchita en una astillada maceta de madera, el ominoso mensaje a plumón de uno de los locales que advierte con groserías a cualquier virtual intruso sobre los peligros de cruzar su entrada. Somos cómplices de ese abandono: antes de llegar comentábamos, con cierta culpa, que al menos una década había transcurrido desde nuestra última visita a ese primer centro comercial, alguna vez bullicioso, de Salamanca. Y sin embargo poco queda en las manos de un ciudadano ordinario cuando el dinero traza sus rutas generadoras de novedades, perdiendo en la omisión a las viejas sensaciones. Plaza Xidoo esun ejemplo más, entre los centenares de olvidados conjuntos de tiendas de occidente y sus márgenes, inútiles ya ante el hambre sin fin de complejos relucientes. Sorprende por ello ver el tesón de un manojo de locales todavía ocupados: una estética, un consultorio homeopático, la papelería que resuelve las necesidades de los empleados del Ministerio Público y CMAPAS, y sobre todo la juguetería de don Felipe, continente de muchas formas de nostalgia.

Don Felipe se hizo con un local en 1996, cuando el constante flujo de clientes del ahora extinto Gigante y los negocios aledaños no daba señales para anticipar la decadencia venidera. La vorágine de cambios bruscos lo orilló a la intermitencia: mudó su tienda a la colonia Bellavista en dos ocasiones e intercambió su primer local dentro de la plaza por otro, mucho más próximo a la entrada principal.  También el giro sufrió transformaciones: no siempre estuvieron ahí las repisas que hoy vemos llenas de libros usados mas en condiciones impecables; no siempre colmaron los anaqueles las piezas de memorabilia ni ocuparon las paredes los entrañables, coloridos cuadros de Pinocho; no siempre estuvieron las figuras de diversas colecciones en las mesas, esperando manos niñas que las añadieran a sus juegos o compradores buscando recuperar un jirón de infancia. La mercancía que ahora encontramos en la tienda de don Felipe se debe a la necesidad que tuvo de reinventarse y a su buen ojo, aplicado en numerosas cacerías en los tianguis de ciudades que colindan con la nuestra, al empeño que dedicaba cuando su salud era propicia.Ojeando entre libreros y pilas de juguetes hallamos de repente una buena muestra de ese empeño: una de las varias cajas etiquetadas de don Felipe indica, con su caligrafía, “para reparar”; ése es el cariño que siente el señor por su tienda, la minuciosidad con la que la ha atendido a lo largo de los años.

Cuando llegamos a Plaza Xidoo y nos asaltaron las imágenes de pasillos desolados, plantas secas y muros despintados una pregunta se nos antojó inevitable: ¿cómo se sostiene un comercio a pesar de todo esto?, o, mejor dicho: ¿cómo se sostiene un comercio en medio de tanta nada? La respuesta está en la amabilidad con la que nos recibió don Felipe, en cómo se prestó a conversar con nosotros, a relatarnos una vivencia que acumula más de veinte años, a mostrarnos sus tesoros personales, los objetos entrañables, fragmentos de una vida, que no se encuentran a la venta porque guardan un significado especial para su propietario. La tienda de don Felipe resiste porque se sabe parte de nuestra historia, cápsula de una Salamanca ya perdida a la que podemos acceder sólo en sitios como ése. Quizá dependa de nosotros, los curiosos compradores en busca de algún libro o un juguete a precios más que razonables, que no termine por convertirse en otra ausencia, un trozo extraviado para siempre de una ciudad que ya sólo puede ser añorada.                                                                                                                                       

Acaso quien decida visitar a don Felipe saldrá de la tienda con la satisfacción de reencontrarse con un recuerdo inesperado.

Texto por Andrés Klingberg

Fotografía por Armando Castillo

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