Myune, vino hace algunas semanas a la ciudad de Guanajuato, a ofrecernos una presentación que más específicamente podría definirse como un ritual, la música que se crea para envolver y darle una metáfora a las entrañas, lo oscuro y visceral de la confrontación con uno mismo; melodía y ruido para facilitar la posesión y señalar un camino indudablemente intransigente, afilado y aunque desconcertante con el final abiertamente implícito, un performance para sucumbir, cuidadosamente maquilado pero también tomando consistencia distinta con cada presentación, una mano echada al aire de sonoridades, un reflejo que nos habla desde lo más profundo, azaroso pero constante, tomando las voces que susurran desde lo oscuro.
Este aquelarre patrocinado por Amor Amezcua, quien no es nueva en esto de aventurarse en las giras, de integrarse y enriquecer las corrientes musicales, nos lo iba contando camino al venue mientras el taxi tomaba equivocadamente la ruta más larga, error que se nos pasó de largo, a pesar de ser locales, muy seguramente por las copas acumuladas, aún así, la charla y el paisaje guanajuatense sirvió para irse apropiando de contexto y no empezar los preparativos de manera tan cruda; y, a pesar del desvío logramos llegar a tiempo a la cede, al Niño caído, al rincón seguro y turbio en donde últimamente se han sabido gestar los mejores sonidos, y yo sin saber, ya me iba preparando para lo experimental con una caguama que no dejé calentarse, lo que vendría después no sólo fue eso, tampoco un performance tal cual, sino una especie de descenso hipnótico, un ritual para encontrarse, perderse, mientras la música se iba creando en el transcurso; sonidos que van planteando un paisaje etéreo, que se corrompen en su progresión para dirigirse a un cuenco incisivo, mezclando el industrial en ocasiones, el ambient en otras, y un intermedio particular de invenciones electrónicas que sólo podrían definirse por la faceta del sentimiento en turno y por el fin que cumplen para facilitar el trance en las presentaciones en vivo; ya que la música de Myune, cumple con dos propósitos paralelos: las canciones de estudio para interiorizar y cómo coprotagonista para darle contorno al ritual en el escenario, y aunque éste es enteramente subjetivo, la música no deja de ser la estructura que fluye en una línea cohesiva, que le da voz interna (y particular) a este descenso, sin detenerse, en constante mutación. Lo que yo haya entendido creo que está de más, al final estaba seguro que la presentación ha sido una de las más impactantes que he visto en el año, y resonó de una manera muy específica en mí, en este tramo de mi vida en donde lo simbólico ha ido adquiriendo cada vez más relevancia; entre el theremín, los loops, la cuerda, los nudos, la entrada lenta y espectral, la sangre que progresivamente va tiñendo el blanco, el asesinato de la pureza, un renacimiento en lo brutal, los pentagramas, las velas, los gritos, la estridencia, el fuego, la música y la conciliación con la oscuridad interna, uno como espectador se queda con la profunda sensación de haber sido testigo de algún reflejo, uno que se queda haciendo eco tiempo después.