Queridos lectores, de antemano, lo lamento. Y también lo lamento por los grandes músicos a quienes no voy a elogiar esta vez. Quizás eso es lo que ustedes estén buscando al leer esto, quizás ustedes quisieran encontrar un poema sobre Mingus que les haga pensar “oh, hay alguien en este mundo que comparte mis únicos y sublimes sentimientos sobre el jazz”. Lo lamento. No van a encontrarlo aquí. Por el contrario, voy a agandallar este espacio para hacer una denuncia pública, que quizás termine por parecerse más un grito desesperado. Un llamado a las autoridades para que hagan algo respecto de la terrible violencia que se vive hoy en día y que acecha en cada esquina, y puede ser cualquier esquina, ya sea de una farmacia, de un supermercado, de un restaurante, ¡vaya! ¡Que esto se encuentra en todos lados!

No sé ustedes, lectores, pero yo ya estoy cansada de sentir horror cuando salgo a las calles, sabiendo que en cualquier parte puedo convertirme de la nada en víctima de un asalto. Que me encuentro totalmente desprotegida, que no existe ley ni autoridad que me ampare frente a un posible ataque de Julión Álvarez, o de Ha-ash, o aun peor, ¡De Chayanne! Y quiero decir, ya es difícil encontrar paz mental en este mundo lleno de guerras, contradicciones, y vecinos, para encima de todo ser terriblemente perturbado por un “lo dejaría todo porque te quedaras, mi credo, mi pasado, mi religión” en el supermercado y tratar de encontrar el mejor precio y calidad en los productos pero que “después de todo estás rompiendo nuestros lazos, y dejas en pedazos este corazón”. Y está tan fuerte el volumen de las bocinas que te estorba para pensar, y te obliga a escuchar los patéticos e invariables acordes de aquella despiadada tortura, pesadilla recurrente, crimen siempre impune, y “¿qué máaaaas da perder, si te lleeeevaste todo mi ser?”.

Y no es sólo en la calle donde ocurren estas tragedias. El crimen no tiene escrúpulos ni consideraciones. He llegado a ser asaltada en mi propia casa. Les contaré brevemente otra ocasión, en que tras algunos episodios de exceso de nostalgia y confusión, decidí calmar a mi mente y comenzar a leer un libro que pudiera ayudarme a comprender este mundo. En silencio, sola en mi habitación, me sumergí en una profunda lectura cuyo mensaje, tres ensayos después, sentí que comprendía. Mi alma se llenó de regocijo. Sin embargo, algo que ni Heidegger ni yo vimos venir, interrumpió nuestra conversación. Sin perdón y sin permiso, por mi ventana se metió un “y si alguuuuuna vez, sentiste algo lindo por mí, perdóooooname, perdóname bebéeee”, que se quedó pegado en mi cabeza, que ahuyentó a Heidegger y que además al terminar fue sucedido por un “beibi te quiero uo, beibi te quiero wuowuo, desde que te he conocido yo vivo tan felis” (sí, así con S lo imagino). Maldije el domingo, maldije que todavía reprodujeran esa canción en pleno 2016, maldije el infernal calor que me impedía cerrar la ventana, y maldije a los criminales menores y el momento en que ponen sus sucios dedos en la bocina y le suben a todo lo que da.

Y yo no sé, pero no existe vacuna para un repentino ataque de este tenor. Desde luego, hay gente más propensa que otra a verse irreversiblemente afectada, y lamento confesar que yo pertenezco al grupo de los vulnerables. No hay manera de compensar los repetidos intentos que hago por sacarme de la cabeza los violentos acordes de “queago con mis maaanos, cuando suplican tu regresououou”. Es una lucha cabal en que buscas desesperadamente la manera de repeler aquél coro para que no se quede como huevo quemado pegado al sartén de peltre en tu cabeza, y hay náuseas y culpa, porque te sabes la letra y te recriminas en qué momento permitiste que se adhiriera en tu memoria, para siempre condenada a no poderla olvidar.

Quizás algunos de ustedes crean que estoy exagerando, pero sé que otros estarán sintiéndose identificados con este agravio, y a ellos, quiero decirles que lo lamento por hacer mención precisamente de tremendas horribles rolas que seguramente tararearon sin intención en sus desgraciadas mentes. Y a la vez me gustaría decirles que no están solos, cada día miles de personas sufrimos de este abuso. Entrevisté a un par de conocidos que se sienten identificados con esta terrible situación. La pregunta fue, “¿Cómo describirías el tormento que sientes al ser violentamente atacadx por una canción de (inserte aquí músico de su odiada preferencia: Jesse y Joy, Thalia, Don Omar, etc.)?” A continuación, sus declaraciones:

C: “Impotencia total de su misma existencia, (…) Jesse y Joy es como escuchar a alguien rozando una piedra contra un fierro”
F: “¡Me ha causado un mal que posiblemente quedara en mis genes! Y un día, de la nada, algún descendiente mío empezará a recordar todas las rolas sonideras del transporte público. (…) Espero no me vuelvas a regresar a un punto tan triste y lleno de odio en mi vida. Ahora debo ir por un trago, estuve a punto de colapsar”.

Con estos testimonios cierro mi denuncia hacia lo que he nombrado el Brainfuck musical. Espero haber generado un poco de conciencia sobre este asunto que nos concierne a todos, en mayor o menor medida. Mando a todas las víctimas de este mal un solidario saludo y una sincera oración para que alguna gran fuerza nos quite este mal del camino.

Por Lorena Galván.

 

 

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