Escribo estos dos centavos desde Nueva Suiza, bastión del conservadurismo en medio del vendaval de cambio que nos significó la elección de hace una semana. Desde mi chalet seguí atentamente las discusiones en redes sociales; he de juntarme con mucho chairo, que eran una muy breve minoría quienes, en mi espectro visible, se quejaban de que esto se iba a poner como Venezuela. Me dieron una hueva enorme.

              No sólo he escuchado argumentos huecos, sino que en casi su totalidad tienen esa desagradable pátina de clasismo de alguna clase media: aberrante y miedosa a perder privilegios bastante pinchitos en un País que es tan grande para que todos quepamos diversos, engrandecidos y libres. El juego no es suma cero: para tener un yate, les decía a mis pádawans el otro día, no necesito que los indígenas vivan en la miseria que no vemos mientras comemos fondue.

              Suben, pues, mis compatriotas suizos a los Alpes guanajuatense y se rasgan las vestiduras porque ha alcanzado una diputación un ciudadano que ha trabajado por años con chavos marginados. Tuvo cargos penales, cumplió su tiempo, vuelve a ser un ciudadano. No es tan difícil entender cómo funcionan los derechos políticos. Van después a los lagos glaciares de Yuriria, se miran en sus aguas, y una lágrima surca sus mejillas al recordar que el presidente electo no habla inglés, ¿cómo le hará en un mundo en donde no hay intérpretes y él solo es el gabinete? Finalmente suenan su corno ese largo, trompa me dicen, (se me están acabando las referencias suizas) en protesta a los rayitos del nuevo Príncipe Azteca. Están poca madre, la neta. Lo que les molesta es que son morenos y gordos, digamos la verdad.

              Sorprendentemente ni se cayó el peso, ni hubo una desbandada de capitales ni se movió la capital a Macuspana. No se vayan, como han venido mamando desde hace años: se va a poner chido. El viejito que tendremos por presidente la va a regar, se los aseguro; habrá escándalos y necedades. Como siempre. Pero, amigos conservadores, poseen la bendición de olvidar pronto: más de treinta millones de mexicanos votaron porque están hartos de la corrupción y de guerras tontas. Diversidad sexual protegida por la ley, derecho al consumo de drogas, fortalecimiento de mercado interno, industrialización proyectada, seguridad alimentaria, gozo en la identidad nacional. No se va a lograr lo anterior en el siguiente sexenio, pero se pueden sentar las  bases legales para ello.

              Se necesita una oposición seria, como lo que ha dado el PAN por casi ochenta años. Por su parte, creo que el PRI ha realizado el último de sus muchos servicios a México al unir el hartazgo tan añejo como este gruyere. Y que observemos y exijamos. Eso estaré haciendo desde mi chalet en la Nueva Suiza, con mi sombrerito con pluma.

Soy Luis Enrique Hernández Navarro.

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