Creo que me han dicho más veces de las que puedo contar el significado de In Lak’ ech, pero cada vez que me lo decían después un momento prefería olvidarlo, algunas veces por que era muy tarde en la noche como para concentrarme lo suficiente y otras por que al no ser muy afín a aquel significado usado para hermanar a lo demás yo optaba por darle uno particular sin imposiciones aunque ahora me doy cuenta que no era muy distinto del original, o tal vez era por que el nombre es lo de menos en un lugar así, se podría tener la cantidad de prejuicios que se quisiera en cualquier otro lado, incluso reafirmar una postura ideológica con la temática de un bar, antro o cantina que los representara, si es que necesitarán de tal representación para ayudarse a definirse, pero en el In Lak’ ech importaba muy poca cosa quien se pensaba uno que fuera, la excentricidad o la discreción, entrando allí se perdía la identidad, era un terreno de nadie para todos, una zona de confort para descarriar las emociones nocturnas o para permitirse aplacarlas perdido entre la multitud. En aquel entonces había varias opciones y cada una cumplía a su manera con una función y un horario si se buscaba una velada provechosa en la ciudad, uno podría dar tumbos por el centro de Guanajuato cada vez más eufórico con un itinerario estratégicamente planeado, improvisar o bien bajar de alguna casa justo para presenciar el climax de la madrugada, y todos sabían que esto sólo ocurría en el In La’ kech, el último filtro que había entre una noche vivida excesivamente y la dicha del contrastarla con un amanecer tranquilo, con suerte rodeado de algunos brazos que se volvían con la luz más familiares, esto en el mejor de los escenarios, en el peor uno amanecía con la trompa y/o el corazón partido(s). La primera noche que entré había una banda furiosa de rock tocando en la parte media, adictos a Eva (después tendría el placer de escucharlos muchas veces más), en la parte de hasta atrás había un pequeño escenario casi al ras del suelo aún vacío del que desconocía su función, todavía no me recuperaba de la impresión de tanta psicodelia cuando empezó el devenir electrónico; y sí todavía no terminaba de sentirme como un vulgar pueblerino después de presenciar el comportamiento tan hermosamente salvaje de aquellas personas ahí lo terminé de comprender, el último cuarto se llenó totalmente y el DJ empezó a tocar, entre lo que más recuerdo era a un tipo de sombrero que le bailaba exclusivamente a una bocina acercando su cabeza todo lo posible a ella, cómo si todo el volumen del mundo no fuera el suficiente para satisfacer completamente sus ganas de música, no participé aquella vez, aún no poseía esa complicidad que falsamente pensé que se ganaba con el tiempo, sólo observaba mientras le daba sorbos a mi cerveza, sintiendo que indudablemente ese lugar tenía algo de especial, que tendría que regresar lo más pronto posible para averiguar que era. Así me fui esa noche, como buen discípulo con hambre insaciable por querer conocerlo todo. Poco a poco fui ganando terreno, desinhibirse no era difícil, los alicientes abundaban, pero soltar el cuerpo ya estando allí parecía ser parte de un proceso todavía desconocido para mí, un privilegio adiestrado, así que las primeras semanas me dedicaba a observar, mover los pies y beber mucho, pero no importaba tenía tiempo me convencía a mí mismo, nada importaba mucho en aquel entonces, parecía haber tiempo de sobra incluso para desperdiciarlo dándose valor, así que tomé mi aprendizaje con paciencia hasta que el ritual se volvió intuitivo, no sé exactamente cuando sucedió pero cumplí esa obsesión por bailar y no sólo eso, pude perderme en la música, y más metafóricamente dentro de mí mismo en la transición desesperada que era yo en aquel entonces, así que todo lo que pensaba que se requería era en realidad todo lo contrario, nada, vaciar la mente, dejarse escurrir por la pista, brincar, moverse cual títere, dejarse allí tirado en el suelo si así lo disponía el cuerpo y la música, lo demás incluyendo uno mismo debía ser ignorado y al final uno salía mejor de allí, entendiéndose un poco más o tal vez con más autoridad para callar las voces internas… después de eso me volví adicto a esa condición, al sentimiento de extravió, a la gente que como yo iba a internarse allí y por supuesto al lugar, al pequeña habitación oscura a donde íbamos a apretarnos con gusto en la madrugada.
Recuerdo que allí me hice novio de una chica que recién conocí, que besé a una extraña que nunca volví a ver, que baile con las chicas mas hermosas, que compartí un churro en plena pista de baile, que se bebían kawamas y no cervezas de medio litro, que se podía subir con el DJ a pedirle una canción, que era el punto de encuentro cuando todos se habían dispersado, que se brindaba con el más intimidante cholo y con la extranjera más angelical, que cuando uno se lo proponía salía en hombros de allí, que los amigos se perdían y cuando todos pensaban que ya estaban en casa los veníamos encontrando desmayados en el retrete aún con los pantalones abajo, que había muy buenos madrazos al cerrar y que todos entendían que así debía de arreglarse la disputa y nadie se entrometía a menos que la cosa se tornara muy sangrienta, a los meseros que se volvieron amigos y de vez en cuando regalaban una cheve o algo más, en fin experiencias así hay muchas y podría seguir un buen rato, si lo frecuentaban ustedes también tendrán decenas que contar, y aunque ahora aún me niegue a recordar el significado de aquel nombre, si recuerdo con cariño a muchas personas, amigos entrañables, momentos irrepetibles y épicas, épicas borracheras que en ningún lugar ni de cerca volveré a tener. Así que salud por el occiso, y salud por ustedes que estuvieron allí.
Por Armando Castillo Toro.