Quizá el rasgo más característico de Deafheaven sea su voluntad por escapar a cualquier continente en el que se pretenda depositarlos. Debutaron con un Roads to Judah (2011) que suscitó desdén e indignación en los segmentos puristas del black metal pese a apegarse relativamente a las convenciones del género y, en los años siguientes, lanzaron Sunbather (2013), New Bermuda (2015) y Ordinary Corrupt Human Love (2018), consolidando su propuesta decididamente experimental: una peculiar trenza de claroscuros que intercala la intensidad de ritmos machacones con los remansos melódicos. Por eso su sencillo Black Brick irrumpió en el 2019 sorprendiendo a una audiencia acostumbrada al sonido dual de la banda por ser, según el consenso, probablemente su canción más afecta a los cánones: aceleración pura desde el primer segundo, sin apenas guiños al shoegaze que en producciones anteriores suponía un respiro. Fue una declaración de intenciones: Deafheaven conservaría su carácter de agrupación escurridiza e inclasificable, afanada en explorar nuevos derroteros. De ahí que los escuchas esperáramos la llegada de un nuevo álbum mucho más inclinado hacia el componente rabioso de la banda y de ahí, también, el desconcierto inevitable que provocó en la audiencia la salida de dos nuevos sencillos, Great Mass of Color y The Gnashing, en los meses previos al alumbramiento del disco que los contiene: Infinite Granite.
Infinite Granite es un disco limpio, cimentado sobre atmósferas suaves pero envolventes, mucho más cantado que gritado. La batería, bastante menos protagónica y más elemental que en las anteriores entregas, recuerda a Heaven’s club, el proyecto alternativo compartido por Shiv Mehra y Dan Tracy, también compañeros en Deafheaven. Las estructuras mantienen su complejidad y los crescendos siguen siendo una seña de identidad en las nueve piezas que se suman al repertorio del grupo. Particularmente emotivo resulta Mombasa, track que cierra el disco con una explosión catártica, acaso el momento más memorable y vibrante de este recorrido musical.
Después de escuchar Infinite Granite hay una pregunta inevitable de plantear: ¿es su más reciente propuesta un nuevo síntoma de la vitalidad de una banda empecinada por renovarse o, por el contrario, presenciamos la primera muestra de envejecimiento en Deafheaven? Es demasiado pronto para aventurar una respuesta, y sin embargo comienza ya a sentirse una suerte de nostalgia entre los habituados a la dualidad polar de su sonido.
Por Andrés Klingberg