Muerte a crédito es una novela de carácter parcialmente autobiográfico (o eso permiten pensar los escenarios en los que transcurre, el momento histórico y el nombre compartido por el protagonista y el escritor: Ferdinand) que recupera ante el lector la infancia y los atribulados primeros años de juventud de un hombre parisiense. Fue escrita después de Viaje al fin de la noche, obra a la que se suma para formar una especie de trilogía (a cerrarse con la posterior Guignol’s band), y sin embargo los hechos relatados en Muerte a crédito acontecen inmediatamente antes de los referidos en la opera prima del autor, en la que un Ferdinand arrastra y acrecienta su desencanto por los sanguinolentos campos de la primera guerra mundial. 
Se trata de una retrospectiva narrada en primera persona por el protagonista desde la avinagrada madurez de su presente. Este recuento novelado de su vida es uno de los principales elementos con los que la crítica ha tendido un puente entre el autor y Proust, su coetáneo y también gigantesco novelista francés que cimentó su En busca del tiempo perdido en las caprichosas y sinestésicas evocaciones de la memoria. Y sin embargo es un puente entre antípodas: el refinamiento prosístico y las sutilezas sensoriales de Proust contrastan con la oralidad arrabalera de un Céline obsesionado con la repetición de improperios y el énfasis en la estridencia de las escenas grotescas. De ahí que Céline haya recibido el mote de anti-Proust.

La anécdota apunta a la bildungsroman: Ferdinand concluye sus estudios y da un salto brusco de una infancia con los calzoncillos literalmente embarrados de mierda a compartir responsabilidades económicas con su siempre abrumado y nervioso padre en declive y con su esforzada madre que se empeña en sostener un comercio dejado atrás por las nuevas modas. Sus padres lo consideran un inútil y más de una vez lo zahieren por su condición de lastre que aporta su bocapero no el alimento para llenarla, hasta que la situación suma un cúmulo de días tensos y revienta en una bronca doméstica empapada de sangre, una especie de parricidio detonador de las peripecias rocambolescas por venir.

Ferdinand pasa a ser adoptado momentáneamente por su tío paterno, quien lo envía a Inglaterra para que aprenda inglés (aunque en la casa de acogida no logran sacarle una sola palabra, debido al prudente ostracismo que adopta) y, más tarde, a las manos de un curioso hombre de ciencia, al mismo tiempo empleador, maestro espiritual y algo parecido a un padre sustituto. En el camino hay muertes, voyerismo, amistades truncadas, fraudes, escarceos pederastas y prostitutas: hilos todos que componen el tejido de un agrio descubrimiento para el protagonista: nada en este mundo se conserva respetable y la supervivencia depende en buena medida de la malicia con la que uno pueda hacerse, nuestra habilidad para tender trampas y formular engaños. Más aún: ni siquiera los estafadores más brillantes se garantizan una prosperidad constante; la enfermedad y los giros del mundo nos exhiben frágiles, desvalidos en última instancia, como parece mostrarnos el destino del científico Courtial des Pereires, quien cobijó a Ferdinand en la última parte del libro.

Aunque casi todos los personajes que integran el repertorio de esta novela son mezquinos, farsantes, abiertamente viles, rebosantes de autoconmiseración y egoísmo, no hay solemnidad en el tono ni una voluntad denunciante o atisbos de un juicio moral. Por el contrario, se recorren muchas de estas páginas con una sonrisa, y algunos pasajes son, de hecho,deliberados gatillos hacia la carcajada. No obstante, las escenas que así lo requieren, se presentan desde su justa crudeza, consagrando a Céline como un escritor diestro en múltiples registros que nunca se inclina hacia las llanuras del facilismo ni se autoparodia.

Acaso Muerte a crédito resulte de particular interés para los lectores de Bukowski, quien por cierto habló elogiosamente del autor, además de incluirlo como un personaje al que el detective Nicky Belane rastrea en su novela Pulp.

Serán igualmente recompensados quienes se aproximen a esta obra en busca de la misantropía que aunó a Céline (amén de su antisemitismo y unas cuantas polémicas) al bastante poblado panteón francés de escritores malditos.

Por Andrés Kilngberg

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