¿Y tu alma? ¿Dónde crees que haya ido?
— Debe andar vagando por la tierra como tantas otras; buscando otros vivos…
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Pedro Páramo, Juan Rulfo

Por: Patricia Villagrán

Era 2010. Yo era una adolescente intentando hacer la tarea en la vieja computadora familiar, cuando YouTube todavía tenía un algoritmo extraño pero mágico: los discos de post-rock aparecían en la barra lateral como si Internet supiera que, más que concentrarme, lo que realmente necesitaba era perderme en mis pensamientos, una antesala para comenzar el viaje de mis locos años veinte. Fue así como llegué a Young Mountain de This Will Destroy You, sin darme cuenta, como ese amigo con el qué no sabes quién inició la conversación primero. Y el resto es historia.

Años después, y hace unos días, específicamente el viernes 7 de febrero de 2025, volví a experimentar esa sensación en el Foro Indie Rocks! No era mi cuarto, no estaba haciendo tarea, pero el efecto fue el mismo: la música me llevó a un lugar familiar y desconocido a la vez. Desde el primer acorde, supe que no era sólo un concierto, sino un reencuentro con una parte de mí misma.
La noche comenzó puntual, sin advertencias ni largos preludios. Jesse Beaman, con su set minimalista y envolvente, preparó el ambiente como quien extiende un velo entre la realidad y el ensueño. Luego, en la penumbra del escenario, Jeremy Galindo, Chris King y compañía tomaron sus posiciones, listos para abrir una grieta en el tiempo.

La breve selección de canciones, que duró casi una hora y cuarto, fue un viaje a través de los discos que marcaron distintas etapas de mi vida y, seguramente, de muchos otros ahí presentes. Si bien preponderó el homónimo This Will Destroy You (o S/T, 2008), el cual era el motivo de ser del concierto, hubo algunas sorpresas con canciones del New Others Part One & Two (2018) y el clásico de Young Mountain (2006). Desde los primeros acordes de «A Three-Legged Workhorse«, This Will Destroy You tejió una narrativa que nunca necesitó palabras. Las guitarras, que parecían lamentos prolongados, y la percusión, que marcaba el paso de un tiempo que se escurría entre los dedos, crearon una atmósfera donde cada espectador quedó atrapado en su propio viaje emocional. Todos los asistentes parecíamos ser ciudadanos de la nostalgia, habitantes de un territorio sonoro en el que cada eco y distorsión despertaba recuerdos enterrados, emociones latentes, cicatrices que la música se encargaba de reabrir con delicadeza.

Cuando sonó «Threads«, cerré los ojos y sentí que me desplazaba a otro plano, me parecía que había llegado a un lugar al que nunca antes había ido, y al mismo tiempo, a un sitio que siempre había estado dentro de mí.
Las guitarras se extendían como niebla, los graves retumbaban en el pecho y la batería marcaba el pulso de algo más grande que nosotros. En «Villa del Refugio«, el tiempo pareció suspenderse, y en «Quiet«, la avalancha final de sonido fue como un colapso emocional que dejó un silencio denso y elocuente.

Antes de cerrar, Jeremy Galindo tomó el micrófono y agradeció volver a México después de su última visita en 2018. Habló del público, de la energía, de lo especial que es tocar aquí. Y yo, entre la multitud, pensé en mi yo adolescente, aquella que sin saberlo había comenzado este camino hace más de una década, en la penumbra de mi cuarto.

Afuera, la noche de la ciudad seguía fría y ajena, pero dentro de cada uno de los asistentes, algo había cambiado. Ver a esa banda, que años atrás el algoritmo nos había dejado en el camino como un descubrimiento accidental, ahora frente a nosotros fue como cumplir un sueño que parecía lejano.

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